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Crónica

Baño de realidad

Como se preveía, el verdadero milagro de Múnich era esperar sobre el césped del Allianz que el Dinamo de Kiev sacase un empate de Lisboa. Porque ni a puerta cerrada ni contra un rival que no se jugaba nada, este Barcelona pudo hacerle ni media cosquilla al Bayern. Esperar que un equipo alemán, acaso el más alemán de los alemanes, saliese relajado tampoco era realista. La opción más práctica pasaba por aguantar el 0-0 hasta el minuto 89 y, una vez ahí, confiar en un Kaiserlautern 2.0. ¿Quién haría de Bakero? ¿Riqui Puig? ¿Demir? ¿Luuk De Tronk? Soñar era gratis. Al menos hasta el pitido inicial.

Porque tras aguantar el 0-0 durante 10 minutos se veía imposible el objetivo con el Trío Calavera sobre el campo. Menos aún con un Frenkie De Jong mutado en De Tronk 2 y un Dest sorprendido de seguir vistiendo la camiseta del Barça. ¿Y la velocidad sin rumbo de DembeLOL? Risas mil. Frente a eso, el Bayern comenzó con su entrenamiento a puerta cerrada. Aprovechó Lewandowski para practicar diversos gestos técnicos en los que no suele prodigarse en partidos de verdad. Le ayudó tener enfrente a un ex central como Piqué-si-tenemos-que-hacernos-a-un-lado-pues-nos-hacemos y se gustó en regates y centros hasta poner el balón en la cabeza del más alemán de los alemanes: Müller. Thomas, que se viste de Gerd cuando se enfrenta al Barça (su octavo gol) saltó más que los tres centrales que lo rodeaban para certificar que este equipo está dos, tres y hasta cuatro escalones por debajo de la élite.

Para entonces el Benfica ya había resuelto su partido y no iba a ayudar a un Barça sostenido por más buenas intenciones que juego. Y que se hundió definitivamente cuando Sané retrató con su disparo desde fuera del área a Telastraguen. Alguien tiene que salir algún día a dar la cara y explicar qué ha pasado con él portero alemán que hasta no hace mucho estaba entre los tres mejores del mundo en rendimiento y hoy solo lo está en salario.

El descanso ya solo servía para empezar con las preguntas filosóficas que acucian a todos los culés. ¿De qué tamaño era el socavón que estuvo tapando Messi durante el último lustro? ¿Xavi tomará ahora las decisiones «dolorosas», o esperará a final de temporada? ¿Es posible desprenderse de Coutimo sin pagar por ello? ¿Se ducharán los jugadores del Bayern al acabar el partido? Porque poca historia hubo en una segunda parte donde el Bayern bajó aún más el pistón. Aun así marcó el tercero e hizo suficientes ocasiones para hacer más profunda, si es que eso es posible, la herida culé. Ni siquiera la maldición de Bela Guttmann hacía efecto en Lisboa. Y hasta el árbitro se ensañaba: añadió tres minutos más.

Con dos goles en toda la primera fase, hay que incluso agradecer la posibilidad de seguir en competiciones internacionales. Y también ver la parte positiva: la Europa League da acceso a la Champions y no está en las vitrinas del club. El problema es que en el fútbol, como en la vida, todo es susceptible de empeorar: alguno ya tiene sudores fríos pensando en el triplete de Haaland. O peor aún: en unos octavos de final contra el Sheriff. Y con Cristiano a punto de lanzar el penaldo que clasifique a los transnistrios en el Camp Nou. Lo veo. Lo veo y me lo creo.