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Yoyalodije

El Rey ha muerto, ¡viva el rey!

Tras la buena racha en Liga y a la vista de los onces iniciales, algunos pensaban que las fuerzas en este Barça–PSG podían estar igualadas: la defensa y el centro del campo francés aparentemente estaban plagadas de nombres que no decían gran cosa al público general. Todo parecía reducirse a un duelo entre Messi y Mbappé. Sin embargo, si uno sacaba las gafas “del cerca”, observaba que medio equipo titular ya había estado presente en las recientes debacles europeas… La salida del PSG empezó a traer olores añejos: ese bouquet romano, ese amargor en boca de madera de Anfield, ese aroma de la costa de Lisboa…

Porque mientras los equipos europeos juegan cada vez más al estilo olímpico “Citius, Altius, Fortius” (más rápidos, más altos, más fuertes), el Barça continúa al ritmo que marca el hoy difunto Busquets. Al Muerto de Badía ya hacía tiempo que se le veían (y mucho) las costuras en partidos de alta exigencia física. Hoy se rompieron todas. Ni una quedó en su sitio. La nueva directiva debe contactar lo antes posible no con Xavi, sino con Iniesta: tal vez hay un sitio para Sergio en el Vissel Kobe. Lástima no haberle propuesto al jeque un trueque con Verrati hace 4 años.

El espejismo de la “buena inercia” que traía el equipo duró 15 minutos. Un penalti absurdo de Kurosawa, aprovechado por Messi, fue el preludio de la alegoría de lo que es este Barça: las dos ocasiones desaprovechadas por FuegosArtificiales-Dembelé y El Hombre Gris simbolizan casi 300 millones de euros tirados al vertedero del fútbol, a mayor gloria de agentes y comisionistas. Ya no engañan a nadie más. Ver como dugarryaban en sus únicas ocasiones para acto seguido asistir a la exhibición de Mbappé en el área, provoca no una sino dos úlceras de estómago. Súmenle los millones de Umtiti y de Lenglet. 0 de 4. No es francofobia. Es que era demasiado fácil saber quién era el único francés al que había que fichar. La renovación del Barça será sin lastres franceses o no será.

Y a cada minuto que pasaba, crecía la sensación de estar viendo más un Lorient vs PSG que un partido de Champions: ese pequeño equipo bretón que brega como puede en su campo ante el líder de la liga francesa. Que se adelanta en un despiste y trata de aguantar como puede ante la clara superioridad del rival. Los comentarios en el Stade de Moustour no habrían sido muy diferentes a los que se habría habido en un Camp Nou con público: “Esta no es nuestra liga”, “No nos da para más”, “A ver si aguantamos el empate”, “Firmo que no nos golean”. Y es que se veía venir que el PSG ganaría sin necesidad de hacer el partido de su vida: el Barça repetía la misma película de toda la temporada contra rivales de nivel. Al menos, en el descanso, estaba vivo. Pero no por mucho tiempo.

Porque la salida de vestuarios no cambió nada. O sí. Pero a peor. Ter Stegen se confirmaba como el mejor de su equipo: seguía de guardia pero la Moreneta no se volvería a aparecer en forma de penalti. Era cuestión de tiempo que llegase el 1-2. Y que lo hiciese Mbappé. Dicho y hecho tras asistencia de Florenzi para confirmar que el fantasma de Roma se corporeizaba. No podía faltar, por supuesto, un gol a balón parado. El Athletic de Villaverde marcaba el camino que siguió Moise Kean, un cedido del Everton más barato que Barry White. Con 1-3 y a falta de 10 minutos, Q-Man introducía hasta cuatro cambios no se sabe si para buscar el milagro final o aguantar el resultado. Al bueno de Ronald se le trajo para competir por los títulos y no hacer el ridículo en Europa. No ha conseguido ninguna.

La estocada final corrió a cargo de, quién si no, Mbappé, que clavó su disparo a la escuadra de Ter Stegen. Decir que eligió un buen marco para una gran noche europea es cierto, pero no lo es menos que últimamente contra el Barça la tiene hasta Manolas. Al menos esta actuación tiene su lado positivo porque habrá subido (aún más) su precio y dado que hay que olvidarse de la Copa, de la Liga y de la Champions, el único título que debe preocupar a los culés es que Mbappé no fiche nunca por el Real Madrid. Ya hace tres años, en el pasado Mundial de Rusia, Messi comenzó a ceder su testigo al entonces imberbe Kylian. Hoy el delantero francés, en el que puede haber sido el último partido de Champions en el Camp Nou del viejo rey, lo remataba al grito de la fórmula ritual en la sucesión de las monarquías francesas: Le roi est mort, vive le roi!