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Yoyalodije

Un empate por culpa de Messi

Decía Messi en la entrevista con Évole que Q-Man estaba mejorando poco a poco al equipo: si no fuera porque la entrevista se emitió el día antes, contaría como inocentada. Porque tras la buena imagen en Zorrilla y, dado que el Barça es incapaz de jugar bien dos partidos seguidos, tocaba bocadillo de clavos. El holandés repetía su esquema táctico con tres centrales y dos carrileros pero con un “insignificante” detalle: El Hombre Gris jugaría en la posición de D10S.

Poco tuvo que esperar el francés para mostrar los galones de líder: penalti a los 8 minutos a favor de su equipo. Pero Antoine tuvo un ataque de Bebetitis: “¿Qué irritará más a la afición? ¿Qué me escaquee para tirarlo o que lo tire y lo falle?…”. Optó por la primera opción y Barry White lo lanzó fuera. Si alguno confiaba más en que lo hubiese lanzado el francés, simplemente hay que recordar que él fue quien falló un penalti decisivo que hubiese supuesto el 2-1 en una final de Champions contra el eterno rival. Rencor eterno e infinito, Antuan, que se escondió en el lanzamiento y no volvió a aparecer en todo el partido: viendo su incapacidad para controlar de espaldas o de dar un pase en condiciones a cinco metros, tal vez la mejor opción para el club sea inventarse alguna lesión o problema personal para evitar que juegue y no eche atrás a futuros (si es que los hay) compradores.

A diferencia de él, el Larsson danés no agachó la cabeza tras su error y siguió a lo suyo: ser un honrado trabajador que aporta lo que buenamente puede. Como rematar a gol la jugada que se inició con un pase iniéstico de Pedri para convertir a Junior, por una vez, en Jordi Alba. Lástima que el VAR detectase que Barry White calza un 43 en vez de un 42. Lo que podía ser ya un cómodo 2-0 en el marcador se mantenía en un inquietante 0-0 que hizo crecer a un Rayo Eibarrés que, sin muchos sobresaltos, mantuvo la igualada camino de los vestuarios. En ese momento, la televisión enfocaba al principal culpable del empate: Leo Messi, que acababa de aterrizar y miraba el partido desde la grada.

En el descanso Q-Man pensaba en cómo reorganizar el ataque. La opción más clara parecía ser Dembelé, pero el francés había llegado (otra vez) tarde a los entrenamientos y merecía un castigo. Se justificó Ousmane por haber pasado una larga noche traduciendo a Jenofonte y Hegel y convenció al holandés —que no se vuelva a repetir, le dijo—.  Y el incalificable jugador respondió a la confianza del técnico: se hizo dueño de una banda derecha en la que nada había aportado el hoy Destafortunado lateral estadounidense. Malo o bueno, pero Dembelé siempre aporta. O ambas cosas, como esta noche. Primero, lo malo, tirando al muñeco en el uno contra uno una nueva iniestada de Pedri. El Barça de esta temporada ya no es un candidato serio a nada y ya se le puede aplicar el axioma de los equipos pequeños, el de que quien perdona, lo acaba pagando. La combinación de ese axioma con el lema de la defensa azulgrana de esta temporada, “Ni un defensa sin su fallo garrafal”, resulta fatal. Araujo, fiable hasta el día de hoy, no quiso ser menos que sus compañeros de línea: regaló el balón a Kike García y éste completó su doblete particular Madrid-Barça batiendo a Ter Stegen. En un gesto que le honra, el uruguayo pidió salir en rueda de prensa para pedir perdón. Si Griezmann siguiese su ejemplo, saldría todas las jornadas.

La primera victoria del Eibar en el Camp Nou cobraba forma pero aún faltaba el aporte positivo de Dembelé que decidió hacer buena la nueva asistencia de Firpo. Un gol que puso fin a los mejores (cinco) minutos de los azulgrana. La entrada de El-Peor-Fichaje-De-La Historia por El Hombre Gris apenas cambió el panorama: el Barça siguió jugando con 10. En sentido figurado y literal cuando el brasileño se lesionó. ¿Tobillo? ¿Rodilla? Igual da. Sano tampoco aportaba nada. Pero no todo iban a ser malas noticias para el equipo: tal vez la lesión evite que juegue esos 10 partidos más que obligarían a pagar 20 millones (más) al Liverpool. El arreón final del equipo solo sirvió para volver a atiborrarse de impotencia: apenas una clara ocasión de Trincao. Mientras el balón salía por la línea de fondo, probablemente Laporta pensaba que, si vuelve a ser presidente, volverá a empezar con el equipo en la Europa League.