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Crónica

Crea un cliente, no una venta

Allá por 1426, en tiempos de Juan II, Abdalláh, alcaide de Ronda, y su sobrino Hamet fueron apresados por un grupo de caballeros cristianos de Jerez. A pesar de que Abdalláh pagó una fuerte suma de dinero por el rescate de los cautivos, solamente él fue puesto en libertad. El suceso llegó a oídos de Juan II, quien ordenó que el sobrino también fuese liberado. Sin embargo, los raptores jerezanos se negaron y pidieron a los moros un plus de cien monedas de oro a cambio de Hamet: los árabes pagaron “el oro y el moro”.

Y dado que los saudíes habían pagado prácticamente el oro y el moro por llevarse la Supercopa a su territorio, esperaban un espectáculo acorde a dicho precio. Querían todos los extras incluidos: goles, emoción, remontadas, polémica… Que los saudíes no entiendan de democracia no quiere decir que no entiendan de futbol: sus pitos y pancartas pidiendo que se vaya Valverde corroboraban su alto conocimiento futbolístico. No querían ver una pachanga veraniega.

Cierto es que el comienzo del mismo se pareció más a la vieja Supercopa, la que se jugaba en verano al trote cochinero digno de la pretemporada. A ello contribuyeron por un lado, la repetida y gerontológica alineación culé (nuevamente 7 jugadores superando la treintena) y por otro, el planteamiento de Simeone. Porque en el pack de compra también iba incluida una buena ración de cholismo con el Atlético encerrado voluntariamente en su área. Sin la presión y la intensidad que tanto daño hace a este Barça, el dominio azulgrana parecía, en teoría, aplastante. Aunque nada que asustase a los rojiblancos dada la lentitud de circulación de la pelota en los pies de Busquets y Vidal. La presencia de un motivado Messi parecía ser lo único incontrolable para las huestes de Simeone… excepto para el agigantado Oblak responsable de dejar el 0 a 0 al descanso.

No era el resultado por el que los millonarios habían pagado. Y como buenos proveedores de fútbol que somos, hubo que tirar de la máquina del tiempo y compensar al cliente con un Barça – Atleti de los de los años 90: hasta 7 goles en 45 minutos. Y todos con su pequeño proverbio futbolístico dado el gusto en Oriente Medio por los aforismos. El de Koke, en el primer minuto, nos hablaba de la injusticia, al tiempo que retrataba a Umtiti. El segundo, enmarcado en el capítulo de dioses y leyendas, era obligatorio por contrato: todo el estadio había pagado por ver un gol de Messi en directo. Que D10S le marcaría al Atleti ni siquiera cotizaba en las casa de apuestas (31 goles en 40 partidos). Insaciable, también marcó el tercero, anulado por el VAR porque desde esta temporada cualquier mano (intencionada o no) del atacante se ha de pitar. Y esa mano, aunque sea de D10S también es mano. El cuarto, cumplía con la ley del ex: el Hombre Gris remachaba el paradón de Oblak porque todo jugador que se precie debe hacerle un gol a su ex equipo. Del 0-1 al 2-1 en apenas 10 minutos.

En pleno zarandeo azulgrana, llego el quinto, cuarto del Barça, que permitió al respetable comprobar como se aplica el VAR si no media un jeque árabe de por medio. Recuerden “lo” de Zorrilla hace 38 años. 1 milímetro. O 2 metros. Los fueras de juego son o no son. En tiempos no muy lejanos, el 4-1 habría condenado al Atlético. Pero esa estricta aplicación de la tecnología le permitió volver desde el inframundo: como almas que lleva el diablo Morata, Vitolo y, sobre todo Correa, recordaron lo mucho que sufre este Barça cuando se sube un poco la exigencia física. La velocidad de los delanteros atléticos fue desnudando la decadencia física azulgrana, encarnada hoy en Piqué. Ayer en Busquets. Anteayer en Alba. Mañana en Rakitic. Y pasado en Suárez. El error de Gerard en la acción que supuso el penalti transformado por Morata fue el preludio de la defunción total: nuevo fallo garrafal para dejar solo a Correa que culminaba la remontada.

Parecía un perfecto fin de fiesta para el público. Pero no. Don Honesto, como todos esos genios incomprendidos con una hipersensibilidad condenada al sufrimiento, también quería deleitara a la voraz grada y convirtió los últimos minutos en arte. ¿Cómo dar oxígeno a un equipo de veteranos sin fondo físico que llega (otra vez) desfondado a los últimos 15 minutos? Dando entrada a los ¡88 minutos! al joven Ansu Fati por De Jong: el más joven de los 11 titulares. Genio. Genio. Ta-ta-ta. Goles de Messi, cholismo y valverdadas en estado puro: porque el cliente satisfecho es la mejor estrategia de negocio.