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Crónica

Entre errores y aciertos

Empate a dos goles en San Sebastián y el liderato depende ahora de lo que haga el Real Madrid en Mestalla.

Entre los penaltis (o no) de Busquets a Oyarzábal y de Llorente a Piqué, se vivió una montaña rusa futbolística en San Sebastián: el aviso de Oyarzábal en el primer minuto ya hacía presagiar que a Anoeta había saltado un Barça similar al de las exhibiciones en Praga, Dortmund, Granada, Bilbao, Pamplona o Leganés. Tal vez por la hora, los visitantes necesitaron media hora de siesta para entrar en el partido. Siesta que aprovechaba Odegaard para demostrar que no es otro jugador más inflado por la caverna madridista. No será el próximo Pelé (como Robinho), ni el próximo Van Basten (como Huntelaar) pero no se puede negar que el noruego tiene “mucha quelitat infidual”, parafraseando al gran Johan. Cierto es que ante el Barça de Valverde, Manolas y Origi parecieron cracks. Pero eso es otra historia.

El caso es que al buen hacer de Martin se sumaron las ganas de Alberola Rojas de pitar un penalti. Ganas que se vieron plenamente satisfechas con el agarrón de Busquets: frente al vicio de justificar los 20 penaltis similares que puede haber en un partido, la virtud de reconocer que defender no es agarrar de la camiseta a quien te ha ganado la posición. Oyarzábal adelantaba a los locales y obligaba a los azulgrana a redoblar esfuerzos.

El problema es que el doble de cero es cero. Y dado que ya se ha visto varias veces en esta temporada blaugrana (y en las dos anteriores de valverdismo), ya se puede hablar de tendencia: “Si el rival sale con más intensidad, pensemos que el partido dura 90 minutos y dosifiquemos esfuerzos”. Traducción para el aficionado de a pie: “Dejad que se cansen, que alguna tendrán los de arriba”. Y así fue. Tras el arreón donostiarra, Luis Suárez despertó y asistió al Hombre Gris, que cumplió la ley del ex: como ante el Mallorca, sacó lo mejor de sí mismo al contraataque y definió sensacionalmente picando por encima de Remiro.

La nula celebración dejó unas tablas a un descanso que invertiría los papeles: en esta ocasión salió dormida la Real. Busquets se aprovechó a los tres minutos para dar una preasistencia a Messi que, aun bostezando de su pantagruélica siesta, regaló el gol a Suárez en su única acción de mérito en todo el partido. La lectura en clave madridista es clara: “Es el jugador que más goles le ha marcado en su historia al Real Madrid. Se está reservando para el miércoles. Y lo sabes”.

Fue aparecer Messi y darse el trabajo por hecho. Llegaron los mejores minutos azulgrana y el disparo del Hombre Gris, rechazado por Remiro y el remate de Piqué, sacado bajo palos por Zubeldía, parecían el preludio del gol que sentenciaría el partido. Nadie, sin embargo, contaba con que Ter Stegen dejaría un centro de Monreal a los pies de Isak, para que el sueco-eritreo marcase el empate. Tan poco habitual su combinación de nacionalidades como ver dos cantadas de Ter Stegen en apenas una semana.

El gol reactivó a los locales, que a punto estuvieron de adelantarse en el marcador tras un mal despeje de Jordi Alba. El de Hospitalet volvió hoy pero no es el mismo. Desde su noche aciaga en Anfield, concretamente. Por suerte, Ter Stegen compensó su error anterior. Y Don Honesto el suyo de ponerlo hoy de titular sustituyéndolo por Semedo, reclamando de paso, su dosis de clementismo: dio entrada a su fetiche Vidal a falta de 10 minutos. O bien firmaba el empate o bien continuaba con su homenaje a Helenio Herrera, iniciado el miércoles en San Siro: “Con diez se juega mejor que con once”, decía el porteño.

Un partido de errores y aciertos que no podía terminar de otro modo: si el penalti de Busquets era un acierto, el agarrón a Piqué fue un error. O viceversa. El empate se dará por bueno o malo en clave blaugrana cuando concluya la jornada y se sepa el resultado del Real Madrid en Valencia. Del mismo modo, se acallarán o se agrandarán los ecos del llamativo doble rasero que exhibió Alberola Rojas en las áreas con tan solo 90 minutos de diferencia.