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Xavi se basta en otra batalla menor (o merengue cero, culer dos!)

Como en sus anteriores salidas a Zaragoza y Mallorca, al sostenible Barça de Guardiola le bastó con el mínimo esfuerzo y la máxima antención para llevarse de calle el publicitado clásico en campo ajeno. Anoche cocinaron la plácida victoria el pinche Pedro, el fuego lento de Xavi y los fogonazos de Messi, y en el próximo envite pueden secar al rival la magia de Iniesta, la intendencia de Keita (otro que brilló ayer) o el gol de Ibra, que ha vuelto con el buen tiempo.

En su primer partido fuera de la Corona de Aragón tras cinco semanas (y único de la jornada 26 a la 36) el Barça parecía jugarse la vida en la capital del reino, a la que llegaba por debajo en la tabla. Bastó el silbido del árbitro para encabezar la tabla, y un par de errores blancos con campo por delante para acabar con la gasolina de los madrileños. Nada de lo que vino luego escapó al consentimiento de Xavi, el omnipresente vigia del partido.

Cierto es que (casi) todas las piezas estaban en su sitio. Apenas un inventó de Pep con el hiperactivo Alves alteró el orden lógico de las cosas; lo demás salió como se entrena. Valdés agigantándose exponencialmente y sacándole a Van der Vaart la de Drenthe, Palanca y CR96, Puyol batiéndose como el jabato que vuelve a ser y tapando los boquetes de ansiedad de Maxwell, Piqué cogiendo empaque con el paso de los minutos y echando agua al inflamado Ronaldo, Keita y Busquets ahogando a extraños y desahogando a propios, y Pedro… ay, Pedro! Pedro está para todo. Para Barça y selección, para toque y definición, para el desborde y la presión, para lo que sueñe la afición.

Disculpen la tontería, pero es que uno ya no puede mirar hacia otro lado ante el fabuloso y sostenido crecimiento de la mayor aparición del último año en el fútbol continental del más alto nivel. Ha sabido la joya canaria sobreponerse a un diminutivo apelativo, a la extrema exigencia del tribunero y a las dudas de su endeble físico. Lo ha hecho en base una fe inquebrantable, al extremo conocimiento de los automatismos del sistema, a su pulcro orden táctico, a un suficiente desborde y, sobretodo, a su innata facilidad para marcar en los grandes partidos.

Pero el enésimo aprovechamiento del pase al espacio y la certera definición de Pedro no nos deben llevar a engaño. El partido hacía ya muchos minutos que estaba en el bolsillo. Tantos como los que llevaban Xavi, Busquets, Keita y Messi tejiendo la bufanda con la que el argentino le haría el lío a Albiol y la faena a Casillas. Le bastó al genio de Rosario un trompazo de Ramos para activarse, una mirada a Xavi para desmarcarse y un golpe de escudo para bajarla. El gol en la red y el partido en el zurrón. Aparentemente fácil. Y a veces las apariencias no engañan.

Como sabedores de que no sería la de anoche la última visita culé al santuario blanco, los de Guardiola siempre parecieron transitar a medio gas por el clásico del miedo, tanto en el tímido intercambio de golpes inicial como en el incontestado dominio posterior. Hicieron lo que debían y se resguardaron de golpes y catarros. Europa reclama su atención y no estaba el día para exhibiciones.

Y es que el desenfoque de los medios, más preocupados de dilucidar el liderato mediático entre Ronaldo y Messi que el liguero de los dos equipos más productivos de la historia de la competición, ayudó lo que no está escrito a la táctica de despiste de Xavi y compañía, que pudieron acurrucar el partido hasta dormirlo por completo mientras en La Sexta seguían debatiéndose entre el macho de Nike y la pulga de Adidas.

Y en esas el Bernabeu colisionó con un iceberg.