Saltaban Barça y Rayo con los deberes prácticamente hechos a disputar un partido que apestaba a infumabilidad desde el principio. Así que quien más, quien menos, se dedicaba a observar el Multiliga para seguir con algo de interés la jornada liguera: últimas plazas europeas, última plaza de descenso… y de vez en cuando un ojo en Montjuic para comprobar si Xavi, antes de su previsible nuevo cese en diferido por voluntad propia o ajena, podía cumplir con su último gran desafío: derrotar por primera vez al Rayo Vallecano. Con pequeños retos se van construyendo grandes equipos.
Poco tardó en intuirse que esa primera victoria llegaría fácilmente. A los tres minutos, Lewandowski controló con el pecho un centro de Lamine el Chaval y fusiló de volea a Dimitrievski. Si parecía que el polaco aún quería meterse en la lucha final por el pichichi, sus ilusiones se fueron apagando cuando, en tarde-noche de transistores, llegaban noticias desde Villarreal de los continuos goles de Sorloth al Madrid. Hasta cuatro. “Buah, eso también lo hice yo” pensaba el delantero azulgrana. Sí, pero de eso hace 11 años, Robert.
El tempranero gol no hizo más que adormecer más un partido sin interés ya desde el túnel de vestuarios. El Rayo, aún pendiente de lo que sucediera en Cádiz, se mostró algo más agresivo en los primeros 45 minutos, con dos claras ocasiones para firmar el empate. Pero volvieron a recordar por qué es uno de los equipos menos goleadores de la categoría. Su mala puntería y las buenas intervenciones de Ter Stegen hicieron el resto.
Y si la primera parte había tenido poca historia, la segunda invitaba a realizar cualquier actividad alternativa: desde acudir a la Barceloneta a observar esculturas de arena hasta empezar con la práctica del Bogsnorkelling pasando por apuntarse a un campeonato de Fingerhakeln bávaro o ayudar con la mudanza a algún amigo necesitado. Todo parecía un plan más interesante y divertido.
Porque no ocurrió nada notificable, excepto un ligero intercambio de ocasiones, hasta que entre la espesura del partido emergió lo que parecía ser un oso panda famélico. Pero no, esas ojeras kilométricas eran las de Pedri que, en apenas tres minutos, aportó al equipo que en el resto de la temporada. Primero, llegando desde la segunda línea para aprovechar el rechace de Dimitrieski tras excelsa jugada de Juan Infeliz que había supera a dos contrarios en una baldosa. Y poco después, el de Tegueste sprintaba, sin morir, un balón en profundidad de Araujo para tocar lo justo con la izquierda y batir al guardameta macedonio. Al público se le hacía difícil creer que, en el minuto 75, Pedri pudiera realizar una carrera así. Tenía truco: había saltado al campo tan solo diez minutos antes.
Ver los -se espera que sean- últimos minutos de Kodroque como azulgrana fue la guinda a un olvidable partido con el que ambos equipos cerraron de manera oficiosa la temporada. Aún falta un partido, sin nada en juego, pero con el club sumido en el ridículo institucional constante no hay que descartar una posible alineación indebida frente al Sevilla. Con una sanción de puntos que deje al equipo fuera de la Champions la temporada próxima. Cosas más difíciles se han visto. Excepto ver a Dugarry marcar un gol de azulgrana. Eterno Christophe.