Empezó el partido en Montilivi de manera trepidante. Con apenas tres minutos jugados, un grandísimo pase de Lamine encontró a un Andres Christensen que, de nuevo en posición de pivote y animado por su rol de box-to-box, controló con el pecho y mandó el balón de volea a la base del poste.
Pero dicen que la alegría dura poco en la casa del pobre y, ahora mismo, el Barça es un pobre infeliz en el universo futbolístico. Araujo, venido a menos desde los cantos de sirena del Bayern, se comió con patatas fritas, ensalada, cebolla caramelizada, champiñones con ajo y jamón salteado, puré de patata, arroz blanco y todo tipo de guarniciones imaginables, el amago de Ivan Martín que puso el centro medido en la cabeza de Dovbyk. El ucraniano solo en el medio del área, remató de cabeza a placer. Porque eso de que alguien marque encima al pichichi de la liga es de parguelas. On fa gols el Dovbyk?
El espectacular comienzo continuó con ocasiones, principalmente azulgranas, con Lamine haciéndole un traje a medida a Miguel Gutierrez y Gazzaniga haciendo su “Javi Varas” particular, ese que muchos porteros tienen por costumbre hacer cuando se enfrentan a los azulgrana. Hasta tres buenas intervenciones del arquero argentino y otra del larguero, evitaban que los de Xavi se pusieran por delante en el marcador. Una nueva jugada individual de Lamine el Chaval acabó en claro penalty donde Lewandosky volvió a hacer gala de su horrible estilo de lanzamiento para poner el 1-2 justo antes del descanso. Cierto es que su porcentaje anotador desde los once metros es del 90% en su carrera, pero a nadie se le va ese escalofrío de que su equipo lo lamentará el día más inoportuno.
La segunda parte empezó con el mismo guion. Un Barça cómodo y con ocasiones que iban cayendo, a la espera de cerrar el partido. No se intuía que el Girona pudiera dar la vuelta a la situación. Pero el fútbol ya se sabe, nuevamente, son momentos. Y ese momento en el que se alinean los planetas llegó: primero con los cambios de Michel y después con la asistencia de Sergi Tormento a Dovbyk que el ucraniano, generoso, regaló a Portu para que éste marcase en su primer contacto con el balón. Jugada maestra de Laporta y la dirección deportiva con la renovación del eterno capitán –nadie podrá olvidar su etapa como jugador azulgrana– pues viendo pases así a un delantero, aunque sea el rival, es entendible que Xavi lo quiera en el equipo. Sería una locura dejarle escapar. Bien renovado.
Y si algo ha demostrado este Barça en continua construcción es que se derrumba más fácil que la economía argentina. Al primer contratiempo, vuelven las desconexiones, el caos y los errores individuales. En este caso, uno de Cubarsí propició una contra en la que, de nuevo, Portu desnudó por completo a la zaga azulgrana. El de Beniel, se disfrazó de Jairzinho y asistió a Miguel Gutierrez que, entrando en segunda línea y con algo de fortuna en la definición, encontraba el 3-2.
Vieron sangre los blanquirrojos y, con más espacios que la sabana africana, fueron a rematar el partido. Ter Stegen hizo una bestial parada a Yangel Herrera antes de hacer la Statuen dos minutos después en una volea de Portu al palo largo. En el octavo disparo a puerta del Girona llegaba el cuarto gol. Se volvía a evaporar la supuesta fortaleza defensiva en un partido clave. Xempions para el Girona y, momentáneamente, la plaza en esa Supercopa donde el club debería plantearse si es necesario participar, para al menos evitar otro fiasco en la temporada.
El equipo volvía a mostrar su mandíbula de cristal y su deficiente fortaleza mental. Fueron cuatro en la Supercopa. Cuatro en la Xempions. Cuatro en la primera vuelta contra el Girona. Y de nuevo cuatro en la segunda vuelta contra el mismo rival. Decía Jan que perder tendría consecuencias. Pero, al parecer, salir goleado en cada partido importante de la temporada, no.