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Crónica

(O)Tropiezo

Venía el Barça jugando con fuego en las últimas semanas. Poco o ningún fútbol, resultados ajustado y apelaciones a la épica con más frecuencia de la que se debería a estas alturas de la temporada. No solo no se cambió la tendencia sino que se ahondó en ella: la falta de tensión al comienzo de partido fue de tal calibre que a los 15 segundos un rival se plantaba solo frente a Ter Stegen. Tres segundos después, el chut de Bryan, ayudado por un topo, empezaba a poner el partido cuesta arriba. El equipo apenas se había situado en el campo. Si alguno quería verle el lado positivo, podría pensar que mejor en ese minuto que en el último. La realidad es que ahora mismo el equipo transmite poco optimismo.

 

Porque lejos de reaccionar, los de Xavi imprimieron un ritmo soporífero, perfecto para unos locales apenas exigidos en defensa. El efecto gaseosa de los Joaos cada vez empieza a ser más evidente. En especial el del Infeliz que, pasado su típico souflé –ya visto en Atlético y Chelsea– demuestra que, más allá de algún gesto técnico llamativo no va a aportar ni mucho gol, aún menos sacrificio y escasa calidad diferencial cuando el partido se complique.

 

Por si fuera poco, Bryan Zaragoza, el neo héroe local, hacía una exhibición de velocidad, sacando los colores a Koundé, recortando en secó al francés y al mismo tiempo a Ter Stegen y así doblar la ventaja local. En su segunda llegada. La firmeza defensiva de la temporada anterior parece ya un recuerdo del siglo pasado. Entre las excusas posibles en clave azulgrana, se puede apelar a las cuatro bajas en diferentes puestos clave. O en contar con un banquillo digno del Barça B. Ninguna de ellas puede tapar que en frente estaba un equipo en descenso, que apenas había ganado un partido en toda la temporada y tenía la defensa más goleada de la liga.

 

Y cuando uno va cuesta abajo y sin frenos, todo es susceptible de ir a peor: Koundé chocó con Gavi, intentó continuar en pie pero acabó tirándose al césped lesionado. En ese momento, ascendía ya a cinco el número de partidos seguidos en los que el Barça pierde algún futbolista. Casi igual que el año pasado. Problemas físicos, mala suerte, exceso de partidos… En medio del todomalismo emergía una luz de esperanza llamada Lamine Chaval que recogía un rebote en el área pequeña, tras embarullada jugada de ataque, y se convertía en el jugador más joven de la historia de la Liga, y obviamente del Barça al marcar con 16 años 87 días. Los más pesimistas dirán que no es tan bueno alguien que ha necesitado más de 16 años para marcar un gol.

La segunda parte fue un ejercicio de impotencia en clave azulgrana. O Tiburão de Foios –apenas Chanquete cuando es titular–  siguió reclamando su sitio en el banquillo para así poder aportar algo a su equipo. El ataque era tan romo que la mejor ocasión la tuvo un defensa, Araujo, cuyo empuje permitió que este limitado Barça, no se rindiera. A base de insistencia –que no de juego– Juan Infeliz aportó su granito de arena sacando el lado barriobajero de Callejón, el otrora Soldado de Mou, para que la jugada terminase con Baldé asistiendo la llegada en segunda línea del Capitán Tormento.

Quedaba aún tiempo para un nuevo milagro. Y llegó cuando el Infeliz remataba de cabeza al fondo de las mallas. Lástima que Chanquete hizo un amago suficiente de remate para que en el VAR considerasen su influencia en la jugada y anularlo. Evidentemente, los jueces de la sala VOR han visto pocos partidos del delantero azulgrana: si ha sido titular, nunca tiene influencia. Era gol legal.