Si Pierluigi Colina era capaz de poner de acuerdo a dos equipos sobre lo bien que arbitraba, Mateu Lahoz es el reverso oscuro del italiano: suele ser igualmente acusado por ambos contendientes de perjudicarlos. Tras darse a conocer internacionalmente en el último Mundial tras cabrear por igual a holandeses y argentinos, uno pensaría que su afán de protagonismo ya se habría saciado. Pero no. En pleno día de Nochevieja, uno se pregunta cómo serían unas campanadas presentadas por él. Lo que aparentemente debería ser una transmisión sin sobresaltos, con el valenciano a los mandos probablemente se convertiría en una crossover de Humor Amarillo con Pesadilla en la cocina. Ahí queda la idea para que algún productor televisivo la materialice cuando –esperemos que más pronto que tarde– Antonio deje el arbitraje.
Lo mismo sucedió con el derby barcelonés. Corría el minuto 70 de un anodino partido. Algo esperable tras un mes y medio de parón. Uno de tantos en los que la superioridad local es demasiado evidente y al que un tempranero gol de Marcos Alonso había disminuido, aún más, su ínfima intensidad de juego. La lotería de Xavi en los extremos esta vez recayó en Raphinha y Ansu: no le tocó ni el reintegro. El brasileño sigue empeñado en recordar, a los que no le conocían anteriormente, el porqué de cumplir 26 años sin haber pasado en su carrera de ser un aseado extremo en un equipo que luchaba por no descender en la Premier. Peor aún fue el ejercicio de impotencia de Ansu. Preocupante. Ya lleva recuperado el tiempo suficiente como para, si no estar a tope, sí mostrar una versión mucho más cercana a lo que apuntaba. Que era muchísimo. Ni mental ni físicamente se acerca a ese prodigio que, de la nada, sacaba ocasiones y goles. A cada partido que pasa se le pone más cara de Jesé.
Aún así todo apuntaba a una segunda parte funcionarial –para eso estaban ahí los sempiternos empleados públicos blaugranas Tormento, Alba y Busquets– donde un gol de Lewandoski sentenciaría los 3 puntos. Todos felices y a comerse las perdices. Pero al polaco parecen haberle bastado 4 meses para imbuirse del aura de looserismo que flota en el club en el último lustro y su esperado gol no llegó. Y sí lo hizo el espectáculo de Mateu. Antonio se aburría. O acaso pensó que el público lo hacía. Y decidió hacerse cargo del show. No es que estuviera siendo un partido especialmente duro, más allá de alguna falta a destiempo de la defensa españolista. ¿Pero desde cuando supone eso un problema para Mateu? 13 tarjetas amarillas y dos rojas. Y desatando su furia en apenas 10 minutos: tiempo suficiente para pitar un penalti por pisotón involuntario, sacar 5 amarillas, mostrar dos rojas y rectificar una de ellas. Quizá esto es lo que deba proponer Tebas en la próxima reunión de la Liga para dar un impulso a la competición: que todos los partidos los arbitre Mateu. No se aburrirá nadie.
En pleno show Lahoziano, Joselu empató desde el punto de penalti, Alba se fue a los vestuarios antes de tiempo, y los azulgrana trataron de reaccionar metiendo esas dos marchas más que le habían faltado el resto del partido.
El problema era que las alternativas que tenían para reaccionar eran aún más desesperantes. La depresión futbolística de Ferran Torres ya no se sabe si es circunstancial o congénita y DembeLOL sigue siendo la ruleta rusa del fútbol que hoy volvió a disparar mal. Incluso peor aún de lo habitual. Un gran remate de Christensen permitió soñar con una alegre Nochevieja hasta que la mano de Fernández puso fin a un nuevo año para olvidar en clave blaugrana