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Crónica

Los mantras del fútbol

Imaginen que en la vida real a uno le recomendaran que no camine por una calle determinada “porque trae mala suerte”. O que no trate con gente de Albacete “porque seguro que alguno va y te la mete”. Nadie en su sano juicio creería en esas advertencias. Pero si el fútbol escapa a la lógica del mundo real es porque, entre otras cosas, tiene una serie de mantras, manías y supersticiones absurdas que, muchas veces, se cumplen.

Por ejemplo, la leyenda de que “los jugadores franceses son un fiasco en el Barça”. La francesofobia blaugrana tiene su explicación mirando la lista de fracasos importados del país vecino: desde Dugarry a Dembelé, pasando por Blanc, Christanval, Dehu, Thuram, Digne, Mathieu… A ellos ya se había sumado el hermano gemelo de Griezmann y, desde hoy, se puede añadir a Umtiti. El central de Yaoundé (la maldición se extiende de Francia a todas su excolonias) no debería volver a vestir ni un minuto más la camiseta azulgrana. Excepto algún partido de veteranos. Alguno.

Más ejemplos de prejuicios absurdos: “El campo del Celta se le da mal al Barça”. ¡Pero si cambian las circunstancias, los jugadores, los técnicos, el momento de forma, la temporada, se juega con público, sin público…! Da igual: el mantra se volvió a cumplir. Y eso que no fue el peor partido de este Barça Pasieguista… al menos durante los primeros 45 minutos. La entrada de los zagales Ansu y Riqui dio un aire nuevo al equipo con un dinamismo y un dominio que dejaba buenas sensaciones. Messi comandaba el ataque sin tener que bajar hasta el medio del campo e incluso Rakitic sustituía con bastante solvencia a Busquets. ¿Era posible que la entrada de dos jugadores se notase tanto? Las matemáticas en este caso lo confirman: en este asilo futbolístico en el que se ha convertido el Barça, dos cambios permiten rebajar la media de edad de 31 a 28 años.

Fruto de ese dominio y de las llegadas constantes llegó el primer gol. El miedo a Messi llevó al Celta a cometer la extravagancia de defender una falta directa con dos defensas en cada palo. Al más puro estilo de Campeones, aunque sin subirse encima del larguero. La excentricidad le salió cara a los locales: Luis Suárez es apenas un 10% del jugador que fue, pero aún le da para rematar a gol si se le deja solo en el área pequeña.

Despertaron los de Óscar García a ritmo de otra superstición futbolera que ya comenzaba a tomar forma: “A Aspas se le da bien el Barça”. Y al de Moaña, a quien no se le notan sus casi 33 años, sólo pudo frenarlo Ter Stegen con dos grandes intervenciones. Su forma de retratar a Piqué y a Umtiti, sin embargo, fue un aviso de lo que estaba por verse: que a este Barça le iban a volver a pesar los años. El viejazo de Piqué se viene vislumbrado peligrosamente desde hace años: es un claro indicio de decadencia que, cuando las piernas ya no te dan para adelantar la defensa continuamente, prefieras quedarte lo más atrás posible. Iago, en el medio del campo,  detectó ese síntoma viendo a Gerard pisando su área. La lentitud de un ya desfondado Rakitic y el pasotismo de Umtiti ayudaron a que la jugada culminase con el empate de Smolov.  

La (muy) vieja guardia azulgrana empezaba a dar señales de agotamiento y la ausencia absoluta de ocasiones denotaba que el equipo ya no era el de los de los primeros 20 minutos. Sin embargo, Luis Suárez también echó mano de otro clásico mantra futbolero: “El que tuvo, retuvo”. De un pase de Messi logró sacar algunas de sus últimas gotas de calidad, fintó con el cuerpo y remató de puntera para retrotraernos a la memoria a aquel uruguayo que fichó el Barça en 2014. Vista la deriva del club en política de fichajes y apuestas por veteranos, quizá estos dos goles signifiquen una renovación del charrúa como titular hasta el 2025. Porque los goles se le seguirán cayendo. Lástima que no acepte que su físico sólo le permite cumplir el rol del Quini ochentero. Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor…

Con 20 minutos por delante, tocaba aguantar el arreón final del Celta para mantenerse vivo en la Liga. Pero Setién confirmó que en su presentación mentía más que un político español en campaña electoral. A su profanación en toda regla del cruyffismo, con su alegato durante la semana (“Si saco a cuatro chavales y no ganamos, me echarán”), le añadió una dosis de magureguismo para amarrar el resultado y una pizca de toshackismo en los cambios.

Su genialidad, para amortiguar el derrumbe físico del equipo, consistió en sacar del campo a los dos jugadores más jóvenes y dejar que las vacas sagradas siguiesen pastando por Balaídos. Y desafiar a los dioses del olimpo del fútbol se paga caro. Der Heilige evitó de manera milagrosa el empate de Nolito pero es que ni un Santo podía evitar la ira de Johan: cuando Piqué fernandohierreó cayéndose de manera lastimosa sobre Rafinha, resultaba evidente que Aspas sería bendecido por lo que Cruyff denominaba “quelitat infidual”. El giro de El Hombre Gris en la barrera, cual Michel en Italia 90 ante Yugoslavia, confirmó los malos augurios culés: “Ni pongas franceses en tu equipo ni te juegues una liga en Balaídos”.