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Yoyalodije

Yo estuve en Wembley

(Como sugerencia se puede leer escuchando el “Fa vint anys que tinc vint anys” de Serrat o el “Tan joven y tan viejo” de Sabina o los dos a la vez en la versión de la gira conjunta 2012-2013)

CAPÍTULO 1- Las Entradas

Cuando uno echa la vista atrás, y aún sin volver a los sitios del pasado, parece que, como en el tango, vuelve con la frente marchita, febril la mirada y plateada las sienes, porque el inexorable paso del tiempo es de esas cosas que no plantean dudas y a las que uno, por mucho que quiera detenerlo, tiene que enfrentarse, no ya cada día, cada hora y cada minuto.

El caso es que los recuerdos quedan, a veces difuminados, jugando en la memoria y sin llegar a desvanecerse del todo en esa vorágine de la vida cotidiana que, muchas veces, nos impide pararnos un instante para saborear como si fuese una copa de buen vino, aquello que un día vivimos o soñamos.

Lo bueno que tiene la nostalgia es que te permite guardar en la mochila todo aquello que ha ido jalonando tu existencia y, aunque me niego a admitir aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, si es cierto que el pasado es la antesala del futuro y que sin él, el hoy y el mañana no existen.

Corría el año 92 y mis 20 años camino de 21 andaban como casi siempre por entonces, entre la facultad de derecho de Albacete, los amigos, la familia, los amores no correspondidos, aprenderme el papel de la obra de teatro, las reuniones del grupo scout donde era monitor y por supuesto el Barça.

Aquel Barça donde Zubi ocupaba toda la portería, donde Bakero saltaba más que nadie, Guardiola con mi edad dirigía las operaciones y Koeman hacía temblar los marcos contrarios mientras Laudrup ponía la seda y Hristo el corazón para ponernos (dejadme parafrasear al Nano) “camí de la gloria”.

Eran tiempos en que cada año y con nuestro acento albaceteño decíamos aquello del “Aquest any sí” y tal vez por eso y porque quizás entonces comenzamos a creerlo de verdad una de esas noches de juerga en que después de cerrar algún garito o quedarnos sin pesetas para tomar la última nos hicimos un “banco”, (que era como llamábamos a la enorme “jilipollez” de quedarnos hasta las tantas de cháchara sentados en el mobiliario urbano) le dije a Ángel:

-Si llegamos a la final nos vamos a Londres, ves ahorrando.

El caso es que llegamos y como hay veces en la vida que hay que cumplir las promesas y más si son hechas en noches donde el alcohol, la amistad y la pasión por los colores comunes corren por las venas, esa misma noche cuando hablamos por teléfono, (Angel estudiaba en Valencia) diseñamos la cuasi infantil estrategia.

Como entonces no había la demanda de entradas que hay ahora, ni sorteos ni nada que se le pareciese y ni éramos “sosis” ni conocíamos a nadie que lo “fuerese”, convinimos que el camino más corto era el de las peñas y que como en Albacete yo tenía conocimiento que había alguna por ese lado deberíamos buscarnos la vida.

Sin Internet ni nada parecido, lo más fácil era llamar al club, donde pocos días después amablemente nos explicaron que las peñas podían reservar entradas, viajes etc. y que en Albacete había una radicada en el Bar Muñoz.

Así que ahí estaba yo, una tarde de abril en el susodicho bar, dispuesto a todo, incluso si era preciso a comerme un plato de ensaladilla de color amarillo de la vitrina del mencionado establecimiento.

El Bar Muñoz, sito en la Calle Arquitecto Vandelvira, tirando “pa” la feria, era el típico bar de barrio, con barra metálica y que además de la ensaladilla, en dudoso estado de conservación, tenía entre sus platos estrella la típica tortilla de patatas de 3 ó 4 días y ese olor a fritanga de rabo, forro y clamares mezclados que salía de la cocina; el tal Muñoz que lo regentaba, era un hombre que ya “brincaba” ampliamente la cuarentena con una generosa anatomía fruto posiblemente de la dieta similar a la que ofrecía a sus clientes y de no hacerle ascos a la cerveza.

Me pedí una y unas olivas, si no recuerdo mal y me apunté a la peña, mientras preguntaba ¿Qué iban a hacer para la final?.

Muñoz, que creo recordar adornaba sus manos y su cuello con algún elemento dorado con el escudo del “nostre clum” me dijo que ya, después del partido que nos daba el pase, la gente se había empezado a apuntar y que posiblemente sacarían una autobús.

Todo solucionado, pensé: -Apúntame a mí y a mi amigo,- le dije y me fui para casa más contento que unas pitas.

El siguiente fin de semana, esta vez con Ángel, volvimos por allí, tomamos algo, medio cenamos en la barra y le preguntamos a Muñoz -¿Qué cómo iba la cosa?-

Muñoz que siendo correcto no se pasaba de simpático, nos dijo que ya éramos 30 “apuntaos” que iba a esperar unos días por si se animaba alguien más, para ver lo del autobús, si compensaba o no, y que ya había hablado con el club y tal, tampoco había mucho tiempo más, pues debía ser aquello ya finales de abril o principios de Mayo.

Dejamos pasar unos días, confiados (no sé por qué) en la diligencia de Muñoz y su Peña… y a falta de una semana, más o menos, para la final volví a dejarme caer por el bar.

Cuál sería mi sorpresa (y mi desazón añado) cuando el día que fui, pensando (inocente de mí) que iba para fijar hora de salida, plan etc. el tipo me suelta que la gente se ha echado para atrás, que al no juntar para el autobús, se han desanimado, que era muy caro y esas cosas y que de los supuestos 30 solo quedamos 2, mi amigo y yo, que estaba pensando llamar al club para cancelar la reserva, pero que si queríamos podíamos llamar nosotros, para que nos guardasen las nuestras, si es que no las habían vendido ya.

Imaginaros, como salí de allí, llegué a pensar, este tío ni habrá hecho reserva ni “na” y cuando llame al Barça me van a mandar a esparragar (como decimos por aquí).

Hablé con Ángel y al día siguiente casi resignado a mi (nuestra) suerte llamé al teléfono que me había dado Muñoz.

La chica que me atendió y que pasó ipso facto del catalán al castellano en cuanto vio que yo no lo “parlaba”, me dijo que efectivamente teníamos allí reservadas 30 entradas y yo, con más miedo que vergüenza le dije que vale, pero que solo íbamos 2.

La pobre casi empezaba a echarme la bronca, con razón, por la falta de seriedad de la Peña y tal, cuando le dije “no me riñas a mí que nosotros somos los que vamos”

“Lleva usted razón” me contestó y amablemente me lo explicó todo, lo que teníamos que llevar (la credencial de la peña, que ya me había dado el “president” Muñoz), donde se recogían las entradas, el tema del viaje en autobús que salía a las 12 del Martes 19 desde el Camp Nou, el precio etc. me pidió los datos de los dos para el viaje y cuando lo confirmamos todo nos despedimos cordialmente.

Llamé a Ángel y le dije. “No te gastes lo ahorrado que está todo solucionado, mira a ver qué trenes hay baratos a Barcelona para el lunes 18 de madrugada porque a las 10 o así tenemos que estar en el Camp Nou”

(Continuará)