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Si vas a Calatayud por lo menos provócale dolores

Guardiola vale en estas situaciones más por lo que calla que por lo que cuenta, y anoche apenas contó que se trata de un accidente sin demasiada importancia, del que se van a recuperar seguro y, por supuesto, del que van a aprender. Lo que calló fue, entre otras cosas, que se dio cuenta tarde de que el exceso de piezas nuevas (Adriano, Mascherano, Villa) condicionó el rendimiento del colectivo, de que unos suplentes habituales (Maxwell, Keita, Bojan) en óptima forma física no se bastaban para remediar la inadaptación de los recién llegados y la desconexión mental de las vedettes Messi e Iniesta, completamente ajenas a lo que se estaba cociendo en el pasto.

La alarmante lentitud y, sobretodo, la puntual deslocalización de Mascherano, Keita y Maxwell en la sala de máquinas, unido a los errores de Abidal en el despliegue enemigo, nos dan claves concretas y efectivas del justo y por momentos corto 0-2, pero detenernos ahí nos impediría vislumbrar la raíz del problema: la mentalización. Extrema en los visitantes y, cuanto menos, dudosa en los locales.

Basta repasar las escasas derrotas del Barça de Pep para darnos cuenta de que algunas de ellas (Numancia, Rubin, Osasuna con la Liga ya ganada…) llegan mediante relajación extrema de un grupo que se muestra poco menos que imbatible cuando la intensidad aflora por todos sus poros y algo más que vulnerable cuando empieza el partido disperso en su actitud, con la calculadora en la mano y la cabeza en otra parte. Contando los puntos antes de ganarlos.

Y luego está el rival que, aunque algunas veces no lo parezca por la obcecación culé para arrasar con todos los tangibles y los intangibles de un partido, también existe. A este notable escuadrón que ha montado el Boquerón en Alicante hay que tomarlo muy en serio, tanto o más que a aquel que hace un cuarto de siglo impidió el alirón culé en el Rico Pérez tras ganar al Barça de Venables con un penalty en el 88′ y lo dejó todo en los pies de Mágico, en las manos de Urruti y en la gargante de Puyal.

Trabajado, esforzado, reforzado, este Hercules no tiene pinta de regalar nada. Aguantaron todos sus miembros una hora y media dando mordiscos. Mordieron en la salida, en el medio y en la parte de atrás, donde naufragó la liliputiense delantera azulgrana, incapaz de encontrarse, de reconocerse.

Y eso que las terminales intervenciones de Valdés evitaron un marcador más acorde con los méritos reales de ambas delanteras. Un 0-4, por ejemplo, no habría dejado de reflejar con cierta fidelidad lo dispuesto por unos y otros. De hecho, habría definido más que certeramente el trecho que separa hacer cosquillas de provocar dolores.