Internazionale, 3 – Barcelona, 1
Habíamos quedado en la previa del partido que no valían las excusas: ni la lesión de Iniesta, ni el desgate físico y mental de dos partidos intensos y exigentes como el clásico y el derby, ni las once horas de viaje en autocar gentileza de un volcán islandés en erupción cuyo nombre solamente es capaz de pronunciar Chiquito de la Calzada. El Barça tuvo una negra noche de extravío y espesura contra el campeón de Italia y lo pagó con un severo resultado en contra que convierte el camino hacia la final de Madrid en un sendero lúgubre y pedregoso.
Mourinho fue valiente y apostó de entrada por el tridente Pandev-Milito-Eto’o para presionar desde arriba la salida de balón del Barca, con Sneijder ayudando desde la segunda línea. La pizarra del técnico portugués pareció venirse abajo cuando al cuarto de hora Maxwell recordó por un momento al lateral izquierdo incisivo y profundo que fue una vez en el Ajax para meterse hasta la cocina y asistir a Pedro quien fusiló con sangre fría a Julio César. Un gol que parecía tan valioso como el que marcó Giuly en este mismo estadio en las semifinales de la Champions de 2006 contra el AC Milan pero allí mismo terminó todo el paralelismo: el Barça no supo administrar su ventaja y sucumbió al empuje de un Inter férreo y bien posicionado. Diego Milito advirtió primero con un remate cruzado que salió fuera por centímetros pero Sneijder no perdonó poco después en un disparo a bocajarro para sellar el empate con el que se llegó al descanso.
Todo eran malas noticias del lado azulgrana: Dani Alves se mostró impreciso en ataque y superado en defensa por Pandev, Keita se hundió en un océano de irrelevancia y nulidad, Xavi no tuvo con quien asociarse y firmó un partido plano e Ibrahimovic, condicionado por su precario estado físico, nunca fue la referencia necesaria en ataque. Nada más empezar la segunda parte Maicon marcaba el segundo gol interista en un fulminante contraataque que dejaba a su oponente cerca de la lona. Del naufragio azulgrana hay que salvar la conmovedora actitud de Pedro, no sólo por el gol sino por su disciplina táctica, su insistencia en la presión y su movilidad, en contraste con la dimisión de un Messi intrascendente y exiliado en el centro del campo. Busquets tuvo su oportunidad en un remate de cabeza que blocó Julio César pero fue Diego Milito quien, en posición dudosa, marcaba el tercer gol italiano ante el delirio de San Siro.
Guardiola movió piezas en el tablero retirando a Ibrahimovic para dar entrada a Abidal y así taponar la hemorragia que el Barça sufría por su banda izquierda. Piqué, convertido en improvisado y corajudo delantero centro, dispuso de la mejor oportunidad visitante con un remate que salvó Lucio bajo los palos. Los jugadores azulgranas acabaron desquiciados protestando todo al árbitro (incluyendo un posible penalty a Alves), Puyol vio la tarjeta amarilla que le impedirá jugar el partido de vuelta y el marcador ya no se movió hasta el final del partido para certificar una derrota dolorosa pero merecida. Ahora hay que levantarse, sacudirse el polvo y seguir adelante porque queda un partido de vuelta que disputar y toca otra remontada histórica en un Camp Nou que debe convertirse en una olla a presión a punto de reventar para que el sueño de alcanzar la final de la Champions League no se convierta, tan cerca de la orilla, en puras cenizas.