Llegó a Villarreal lo que pudo haber sido Miami. Florenvito me lo confirmó ¿qué me confirmó? Y el arroz con habichuela’ ¿qué? Que el partido se quedó en La Cerámica, con más azulejos que palmeras. Se perdieron los millones que no se ganan nunca, pero se evitó un viaje transatlántico y, sobre todo, se jugó en un campo que históricamente le sienta de maravilla al Barça. Y este Barça, como quien no quiere la cosa, volvió a salir de allí con los deberes hechos y la sensación de equipo práctico cuando toca serlo.
Eso sí, el inicio fue todo menos tranquilo. El submarino amarillo voló bajo y rápido en los primeros minutos, encadenando contraataques que dejaban en evidencia —una vez más— las costuras de la zaga azulgrana. El equipo acusaba las bajas y se sumaba que los Balde, Cubarsí, Fermín y Lamine parecen estar muy por debajo de lo que se les ha llegado a ver. Juventud, dirán. El caso es que el Villarreal encontraba autovías donde debería haber autopistas de peaje.
Pero, las cosas del fútbol. En el primer ataque del Barça, Comesaña se comió con saña el regate de Rabhinha y lo derribó claramente dentro del área. Una de esas acciones que hacen salivar a Mbapenalty. El brasileño tomó la responsabilidad y lo transformó con una calma balsámica, muy de agradecer visto lo visto últimamente con Lewandowski.
Lejos de amilanarse, el Villarreal siguió martilleando. Especialmente por banda, donde Buchanan —¿acaso un sobrino-nieto de Mitch?— parecía tener un motor extra. Llegadas, centros, disparos… pero entre la falta de puntería y una muralla llamada Joan García, el marcador no se movía. El Barça sobrevivía más que dominaba, agarrado a su extraordinario portero y a una engañosa ventaja a tenor del fútbol que se veía.
Hasta que llegó el punto de inflexión. Renato Andoni Veigoechea decidió comprobar la dureza del tobillo de Lamine. Mala idea. Esto no es 1984 y el árbitro le señaló sin titubeos el camino de los vestuarios. Con uno menos, el Villarreal perdió colmillo y el Barça sacó del cajón su manual básico: pausa, control y posesión sin prisas.
Además, Lamine, pareció espoleado por la patada y los silbidos del (no muy) respetable. Despertó de su neymaresca siesta de la primera parte y durante toda la segunda empezó a pedirla, a encarar y a asumir galones. El Villarreal, con el depósito casi vacío, ya no asustaba como antes. El 0-2 se mascaba en el ambiente.
Y llegó. En jugada algo deslavazada dentro del área, de esas que parecen no ir a ninguna parte, hasta que DecepJong decidió poner la pausa justa. Lamine apareció para clavar un punterazo digno de fútbol sala y sentenciar el partido. Fin de la historia, tres puntos al saco y líder más líder. Sin brillo constante ni exhibición, pero con eficacia y oficio. Y al Barça, ya campeón de invierno, a veces, le basta.