Regresaba el Barça a la Champions en un lugar de infausto recuerdo. En el cuarto estadio más antiguo del mundo, en los oídos de algunos culés aún resonaban las galopadas de Asprilla. Por suerte, el Tino estaba en la grada y no en el campo. Porque este Newcastle adolece, por muchas arrobas, de la calidad que llegó a tener en los 90 con cracks como Shearer, Ginola, Gillespie o el propio colombiano. Con solo uno de ellos quizá habrían puesto en apuros de verdad a los de Flick.
Pero estas urracas actuales vuelan muy bajo. Apenas pueden proponer un partido físico, al más puro estilo inglés de los años 80. Presionando con voracidad, la hiperventilación de los locales incomodaba a los de Flick, que no podían marcar el ritmo del partido como suelen. E incluso les alcanzaba para generar alguna ocasión de gol que Barnes –ay si hubiera sido el Barnes que jugó este partido en 1997– desperdició. O mejor dicho, fue atajada por un gran Joan García. El portero pasó con nota su primer test serio como azulgrana. Un debut europeo que dejó la sensación de la seguridad que da jugar con portero. Especialmente tras varios años sin hacerlo.
Era cuestión de tiempo que el físico blanquinegro mermase. Y cuando mermó, Fraude Jong y Pedri empezaron a tomar la batuta. Mientras lo hacían, Fermín pollosincabeceaba y el tridente de ataque desesperaba. Lewandowski, si no marca, deja la sensación de que apenas aporta. Por su parte, Raphinha alterna actuaciones “Modelo 2024” con fiascos “Versión 2023”. Hoy tocó la segunda.
Y, por último, Rashford. Posiblemente la sorpresa de Flick en el once titular. Si el alemán confiaba en que el inglés se sentiría más cómodo volviendo a jugar en su país, acertó. Porque Flick siempre acierta. Aunque la primera parte de Marcus fuera desesperante, intentando todo sin salirle nada. Como si hubiera salido con las botas al revés. Con destellos de desidia y dejación de funciones defensivas que, por momentos, hacían echar de menos a Kodroque.
La segunda parte comenzó por los mismos derroteros. Con la agresividad local menguando, el partido se enfilaba a ese sempiterno “la calidad acaba siendo determinante”. Y dado que la del Newcastle oscila entre cero y ninguna, la azulgrana tenía que aparecer. Y apareció donde menos se esperaba: Trashford. Cuando el espíritu de Dugarry, que había jugado aquel partido de 1997 –sin marcar, por supuesto– parecía empezar a poseerle, remató de cabeza, marcando los tiempos, un buen centro de Koundé. Podrán igualar al francés, superarlo, jamás. Leyenda Christophe.
El gol aplacó los ánimos locales. En la grada y en el terreno de juego. La figura de Pedri, ya mejor secundado por Fraude Jong, comenzó a agigantarse. Y a su estela se subió todo el equipo. Incluído Trashford a quien el gol pareció insuflarle el famoso “mojo” de su compatriota Austin Powers. Tanta que hasta se animó a chutar desde fuera del área. Latigazo con la derecha de tal calibre y precisión que hasta Robert lo celebró antes de que entrara.
El partido parecía visto para sentencia. El Newcastle, víctima de su propia impotencia futbolística, quería pero el físico ya no le alcanzaba ni para el fútbol antediluviano: ni patapum p’arriba, ni balones a la olla. El 0-3 parecía más cerca que el 1-2 pero, cosas del fútbol, llegó este último. Con algunos minutos por delante alguno pensó que tal vez había tiempo para el sufrimiento. Pero no. En el largo descuento, Pedri se apropió del balón, sacó su gran bastón de mando y no dejó a los locales ni soñar con la proeza. Y un nuevo fantasma, esta vez el de St James’ Park, fue ahuyentado por las huestes de Flick.