Volvió el Barça flickeano para firmar su primera remontada. Probablemente una de las muchas que, previsiblemente, habrá. Esta temporada apenas necesitó dos jornadas para aparecer. Y tuvo que hacerlo obligado por una primera parte en la que se le complicó, y mucho, el partido. Principalmente porque Hansi hizo una serie de probaturas que no le salieron bien. A saber.
En primer lugar, dio la titularidad a Casadó por FrauDe Jong. Una decisión mezcla de “minutos para todos” y demostración hueveril de Flick marcando territorio a la directiva: “Marc no se vende”. El canterano estuvo muy lejos de su mejor versión y el centro del campo azulgrana –o su versión calippo de lima-limón– lo notó. Y en segundo lugar, la introducción con calzador de Trashford como extremo izquierdo, lo que hizo mover varias piezas de posición. Quien más lo noto fue Raphinha Colada, que deambuló perdido en la media punta durante 45 minutos. Para colmo, el inglés nuevamente no mejoró a Ansu Fati. Pero ni siquiera al actual Ansu, el que ni ha jugado aún en el Mónaco.
Y es que, además de las probaturas de Flick, hubo una cierta parsimonia. La presión tras pérdida era inexistente, y la actitud del equipo transmitía un tufillo a “no pasa nada, antes o después marcaremos”. Y ya se sabe que el sistema flickeano solo funciona si todas sus piezas están al 100%. Y a todo esto, el Levante jugó muy bien sus bazas. Sin florituras, con un buen orden defensivo y buscando el contraataque para romper el fuera de juego, algo que consiguieron en no pocas ocasiones. Demasiadas. Aparentemente el peaje de cambiar a Íñigo por Araujo. En una de ellas, Ivan Romero dejó sentado con un genial amague a Cubarsí y batió a Joan García.
El dominio del Barça era evidente, pero las ocasiones no llegaban. La más clara, un fallón de Fallón que chutó al larguero con toda la portería para él. Ni Pedri ni Lamine, espesos en ataque, encontraban su esperado toque de genialidad ante defensas cerradas. Y cuando ya se enfilaba el túnel de vestuarios llegó la polémica de la noche. Nuevo contraataque granota y el último disparo de Morales toca en la mano de Baldé. Ligeramente separada del cuerpo, sí, pero en una posición totalmente natural para cualquiera que haya jugado alguna vez al fútbol, aunque sea en las cloacas de este deporte conocidas como “ligas de peñas”. Hernandez al cuadrado, el mismo que miró para otro lado cuando Chocomaní salvó un gol con la mano en el Clásico, pitó penal. Negreirato. Y Morales aprovechaba el regalo para doblar la ventaja.
En el descanso, Flick se dejó de probaturas. Fuera Casadó y Trashford, dentro Gavi y Olmo. Y el equipo lo notó. Inmediatamente. Cuando Pedri chutó desde fuera del área y clavó el balón en la escuadra, todo el estadio levantino sabía que ya habían perdido el partido. Si se le remontaron dos goles al Benfica en su campo o al propio Mierdas ¿cómo no se le iba a levantar un 2 a 0 frente a un recién ascendido? Es el efecto Flick que infunde terror. La sensación se confirmó a los cinco minutos cuando Fallón Torres sacó su mejor versión de “9 fajador” y remató de primeras un córner. Partido empatado y prácticamente toda la segunda parte por delante.
Ya no había dudas de la remontada. O sí. Porque aunque parecía todo hecho aún quedaba un gol. Y se hizo de rogar. Desde luego no fue porque el Barça no lo intentara: toda la segunda parte fue un monologo visitante, con un Levante que apenas ya salía de su cueva. Lamine lo intentaba una y otra vez pero no tenía su día. ¿Acaso demasiadas distracciones en la peluquería? ¿La Neymarización va a shegaaaar? Pero al contrario que en la primera parte, las ocasiones sí llegaban. Olmo, Pedri, Gavi, Fallón… el gol se olía pero no llegaba. Salió incluso Robert a llamar a la puerta del gol, pero no había manera. Y sin embargo, se confiaba.
Porque las remontadas flickeanas son así, tardías. Siempre dejando lo mejor para el final, como si se quisiera que el rival no tuviera tiempo para reaccionar. Y en la enésima finta de Lamine, su centro envenado buscando la cabeza de Fallón, encontró la de Elgezabal que marcaba en propia puerta y se lamentaba de su suerte tirado en el suelo. El karma, esa bitch, se la devolvió al vasco por las numerosas ocasiones que se había desplomado para perder tiempo. El tiempo que después le faltó a su equipo para intentar buscar el empate. Nueva temporada, mismas costumbres.