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Crónica

35 minutos para empezar

Poco le duró el primer partido de la temporada del Barça flickeano. Concretamente hasta el momento en el que Muriqi clavó su bota en el cuello del debutante Joan García y vio el camino de los vestuarios, dejando a su equipo con dos jugadores menos y con dos goles abajo. La caverna dirá que Joan García seguía respirando o podría incluso afirmar que De Jong (Nigel) no vio roja por una entrada a la misma altura en una final del Mundial. Cualquier excusa es buena con tal de decir que se favoreció al Barça, cuando la roja era catedralicia.

La realidad –la de verdad, no la que vende la caverna– es que el Barça habría ganado igual de fácil. Primero contra 11, después contra 10 y finalmente contra 9, demostró una superioridad aplastante con el primer once de Flick donde dejó claro que, salvo sus titularísimos Lamine, Raphinha y DecepJong, el resto son reemplazables. Nadie tiene asegurado el puesto y Eric García, Araujo y Fermín fueron las primeras “sorpresas” de la temporada. Y es que ver un banquillo con Koundé, Cristensen, Gavi, Olmo, Casadó y Trashford da cierta sensación de poderío.

Aunque para poderío el que exhibió El Chaval. Con sus recien cumplidos 18 años, estrenó el 10 a la espalda marcando diferencias. Apenas tardó siete minutos en encontrar el hueco para sellar su primera asistencia del campeonato, dándole a Raphinha Colada un gol medio hecho que solo tuvo que empujar a la red. Parece que el nuevo look del brasileño no afecta a su rendimiento.

Continuaba el dominio azulgrana, cuando un chut de Lamine golpeó en la cabeza de Raillo. Una jugada como cientos de las que puede haber en un partido. El nuevo protocolo indica que en caso de “posible conmoción” el árbitro tiene potestad para parar el partido. Y como, “hecha la ley, hecha la trampa”, no falta quien bordalasee y busque en ese protocolo la manera de parar un ataque rival o de perder tiempo. Raillo pertenece a ese grupo. Pero Ferrán se acordó de los consejos de Mendibilibar: si pasa algo que lo pite el árbitro. Tan claro era el cuento que le estaba echando el cordobés que chutó y clavó el balón en la escuadra ante la atenta mirada de los jugadores del Mallorca que esperaban el pitido del árbitro. Y sí. Pitó. Pero señalando el centro del campo. Golazo del Tiburao de Foios. Partido sentenciado y polémica servida.

En plena efervescencia del público local, El Chaval pidió el balón. Se fue directo a portería, como quien va a comprar el pan. Una zancadilla con clara intención de pararlo, fue castigada con una clara amarilla. Que además era la segunda. El jugador mallorquín, que sin duda debía saber que ya tenía una, parecía sorprendido de que se aplicase el reglamento. Más madera para una polémica artificial. Y que se acabó de completar con la llave de jiu-jitsu de Muriqi que no entendía que lo echaran si Joan García aún tenía oreja.

Con el partido caliente y un clima que lo era aún más, la segunda parte fue poco más que un entrenamiento con público. El Barça pausó el ritmo –para enfado de Flick–, el Mallorca rebajó sus revoluciones y el partido fue languideciendo sin más curiosidad que un pequeño carrusel de cambios que sirvieron para ver los debuts en liga de Jofre Torrents y Trashford. Pocos e intrascendentes minutos del inglés, que de momento no mejora a Ansu.

Sin embargo, Lamine no quiso despedirse sin más de las islas. Esas donde tan bien lo ha pasado en verano junto a señoritas que fuman y enanos vilipendiados. Cerró el partido dejando una última perla: yamalada habitual abriéndose hueco en la frontal del área para soltar su tremendo zurdazo con rosca a la escuadra. Todo el mundo sabía que lo iba a hacer y aun así, lo hizo. Ni siquiera deja a la caverna ese resquicio para titular: “el Barça gana pero Lamine sigue sin marcar ¡desde Mayo!”