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Crónica

Rabinha marca el camino

Déjà vu. Un calco casi obsceno de lo acontecido la noche del martes ante el Eintracht de Frankfurt. Mismo escenario, mismas sensaciones y un rival, Osasuna, que salió con la idea clarísima: orden, cerrojazo y a esperar su momento. El Barça, por su parte, puso voluntad —la que con Rabinha en el campo nunca falta— pero poca inspiración. Dominio territorial, posesión espesa y un ataque que parecía circular sin destino, como si el GPS se hubiera quedado sin señal.

La primera parte fue un ejercicio de paciencia mal entendida. Mucha pelota, pocas ideas. Pedri intentaba aglutinarlo todo, bajar a recibir, girar el juego, acelerar cuando podía y frenar cuando intuía el desastre. Demasiada responsabilidad para un solo cerebro. Trashford y Lamine fueron los más insistentes, con jugada messianica de este último que, nuevamente falló en la definición. Rabhinha, en cambio, parecía volver su versión 2023: previsible y con más ruido que nueces. Aquella Nadinha Absolutinha.

A destacar la figura de Eric García. El mismo que el año pasado parecía más fuera que dentro, hoy se ha convertido en un comodín imprescindible. Central, lateral, mediocentro improvisado si hace falta. Juega bien en todas partes, entiende el juego y transmite una serenidad que no siempre se le reconoció. Sin ruido, sin focos, pero siendo clave.

Eso sí, las ocasiones brillaban por su ausencia. Apenas un fogonazo: Fallón, nuevamente titular, remató de cabeza a la escuadra un buen centro de Trashford, pero el VAR, en su versión más tiquismiquis, sacó el bisturí para anularlo por un fuera de juego de esos que indignan al fútbol: ¿qué ventaja se saca cuando un jugador está adelantado cinco centímetros en la esquina del corner? Osasuna, cómodo en su papel, empezó a creer que el empate no era una quimera. Un disparo chutabúrrico de Balde era la alegoría palpable de la incomodidad azulgrana.

El guion no cambió tras el descanso. Osasuna seguía buscando el empate desde el orden y el Barça continuaba chocando contra el muro de jugadores navarros acumulados en el área. Hasta que apareció Raphinha. Y apareció de verdad. Control orientado, zurdazo seco y a la red. Marca de la casa. Un gol que no solo abrió el marcador, sino que liberó al equipo de una losa invisible.

Osasuna dio un paso al frente. Lo justo para confirmar que su plan incluía rascar algo más que un 0-0. Pero ese atrevimiento fue su condena. Porque cuando el partido parecía volver a enredarse en la duda, Rabhinha volvió a estar donde hay que estar. Balón suelto en el área, instinto puro, gol de cazagoles. 2-0. Partido sentenciado sin que el Barça pareciera haber jugado un gran partido.

De ahí al final, control sin alardes. Algún intento navarro, bien resuelto por una defensa que no concedió regalos. El pitido final confirmó la victoria, pero no disipó todas las preguntas. El Barça ganó, sí. Dos goles, tres puntos. Pero la sensación fue la misma de Frankfurt: un equipo que sigue necesitando chispazos individuales para sobrevivir a sus carencias colectivas. Esta vez, fue Rabhinha quien encendió la luz. Y con eso, bastó.