Saltaba el Espanyol a Cornellá aliviado. Al menos no tenía que hacer el pasillo al campeón de liga. Pero con la congoja de saber que una derrota suponía el alirón blaugrana en su casa. Una vez más. Cierto es que los pericos tenían la permanencia virtualmente hecha pero no matemáticamente asegurada. Y saltaron como si de este partido dependiera su salvación. La tuvieron a los 3 minutos, enfatizando una vez más lo fácil que es sorprender de inicio a este Barça flickeano. E incluso con una segunda oportunidad al cuarto de hora que desbarató Scbnxzny.
El Barça no acababa de entrar en el partido. Con la tranquilidad de quien se sabe superior empezó poco a poco a imponer su dominio, del juego y del balón, y las ocasiones, no demasiado claras, comenzaban a llegar. Ninguna pudo culminar Robert, a quien se le ha hecho largo el final de temporada, mezcla de viejazo y lesión y que ve como se le escapa su décimo pichichi (1 en Polonia, 7 en Alemania, 1 en España) y su tercera Bota de Oro. Y con empate a cero se fueron al descanso, con la sensación de que el gol azulgrana, antes o después, llegaría.
Y llegó. Pudo haber sido Rabinha. Pudo haber marcado Pedri. Sin duda, hubiera sido lo justo para ratificar a dos de los pilares más importantes del equipo esta temporada. Y aunque el futbol tiene de justo lo que el Mierdas de ético, sí hubo justicia, de la poética concretamente. Que el gol que certificaba la liga lo marcase Lamine con su más puro estilo de disparo, era exactamente eso. El equipo que mejor fútbol y más estético ha hecho durante toda la liga cerraba la liga con quien ha hecho las mejores y más estéticas individualidades del campeonato. Imposible no acordarse de su gol a Francia en la Euro pasada. El Chaval agarró el balón en la frontal del área y con su zurda mágica la puso de rosca a la escuadra. Una vez más.
El gol cerró el partido y el campeonato. El Barça no quiso hacer más sangre y el Espanyol ni podía ni sabía. Y por si quedaba algún resquicio de un posible pseudo Tamudazo (ni aunque hubieran ganado los locales el campeonato peligraba), apreció Leandro Cabrera sacando lo mejor del fútbol clásico uruguayo: tirar dos codazos a Lamine. El primero falló y el segundo no. No es que fuera un golpe de KO pero siempre está bien que gentuza así se vaya a la calle.
La guinda la puso Fermín. El canterano, aún cabreado por la anulación del gol que hacía la manita al Mierdas, salió motivado y enchufado como en él es habitual y en el descuento, luchó y porfió por un balón que parecía no ir a ninguna parte. Su insistencia facilitó la llegada del esférico a Lamine que le habilitó para un buen disparo cruzado ante el que nada pudo hacer Joan García. El alirón blaugrana volvía a llegar en la casa de su máximo rival (local, tampoco se flipen). Y si en la anterior celebración saltaron “espontáneos” a agredir a jugadores azulgrana, esta vez se utilizó la tecnología: aspersores para dispersar. Ni pasada por el riego se pudo aguar la 28ª liga.