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Crónica

El fútbol es una puta mierda

El fútbol es una puta mierda. Así de claro. No hay otro deporte donde se valore menos el buen hacer y se penalicen tanto los errores. Porque sí, el Barça jugó un partidazo, aplastó al Inter y silenció San Siro. Sin embargo Flick, cual Felipe II con su Armada, no había enviado a sus chavales a luchar contra los elementos. Contra la suerte. Contra el destino. Contra la inspiración casi divina de un portero rival. Contra los postes. Contra un árbitro polaco. Y aún así, estuvo a un minuto y medio de conseguirlo. Pero vayamos por partes.

La primera se jugó a lo que quiso el Inter. Con un planteamiento valiente de Inzaghi, la presión asfixiante de los interistas incomodó hasta el infinito a un Barça que no se encontraba a sí mismo. Y más aún con el consentimiento de Madridiniak, el árbitro que permitía la reiteración de faltas mirando como las ovejas ven pasar el tren. Con el ataque desconectado, más allá de los continuos intentos de Lamine, el medio del campo sufría el exceso físico. Hasta que Dani Olmo fue víctima del empuje local, perdió un balón que llegó a Dumfries y el holandés, cual Iago Aspas– iluminado solo frente al Barça– asistía a Lautaro. Y el argentino a puerta vacía marcaba el primero.

El gol no cambió el planteamiento de ninguno de los dos equipos. Siguió el Inter maniatando al Barça que tenía el balón, pero no las ideas. Algún disparo, alguna internada de Lamine, pero se encontraban poca o ninguna fisura en la defensa italiana. Y siempre con el riesgo de un contraataque letal. Como el que encabezó Lautaro antes de que Cubarsí lo barriese limpiamente en el área. El argentino, perro viejo, se quedó “dolorido” en el área, a sabiendas de que eso forzaría la revisión del VAR. Madridiniak pitó penalty, Calçanoglu lo transformó y el Barça estaba, aparentemente, más muerto que nunca.

Pero volvió el Ave Fénix a resurgir de sus cenizas. Sin cambios en el descanso, los de Flick le dieron completamente la vuelta al partido. Todo comenzó a los cinco minutos, con un centro de Gerard Martín que Eric remató con calidad a la escuadra. Un gol que insufló doscientos litros de oxígeno a los azulgrana e hizo temblar a los neriazzurri, sabedores de lo que se les venía encima. Porque todos ellos ya habían visto muchas veces esta temporada la capacidad de recuperación de este equipo.

Y se vino el tsunami de fútbol. Acaso los mejores 45 minutos que hayan visto en ese estadio en los últimos 40 años. Más o menos desde que jugaba ahí el Milan de Sacchi. Por arriba, por abajo, regates, paredes, presión, recuperación… F-Ú-T-B-O-L. Así, en mayúsculas. Bordalás, en su casa, se preguntaba qué era ese deporte que practicaba el Barça. ¿Tal vez una nueva sección deportiva de la institución? Y la tuvo Eric de nuevo. Pero cuando ya celebraba su doblete, Sommer transmutó en Casillas con una parada de las que hacen época. Ni un minuto después, empataba Olmo de cabeza a centro de –ver para creer– Gerard Martin, imbuido por el espíritu de Zanetti.

Y siguió la exhibición. Todo el estadio, todo Milán, toda Europa y todo el planeta fútbol sabía que era cuestión de tiempo que el Barça marcase. La tuvo de todos los colores. Encabezados por un Lamine desatado. Como dicen de los toreros, si tomó la alternativa en la ida, ayer hizo la confirmación en San Siro. La defensa interista no supo cómo pararle y solo en Sommer encontró su particular kriptonita. Y en Madridiniak, claro. El árbitro polaco sacó fuera del área un claro penalty sobre el Chaval. Contra todo y contra todos. Así estaba el Barça que no cejaba en su empeño.

Y tenía que ser él. Rabinha, que había hecho un partido acorde a su nivel real, volvió a aparecer con esa varita mágica que lo ha acompañado esta temporada. Disparo que saca Sommer –una vez más–pero el propio brasileño empalmaba el rechace, esta vez sí, al fondo de las mallas. A cinco minutos del final, y por primera vez en toda la eliminatoria, el Barça se ponía por delante. La deserción de los aficionados del Inter en los pasillos de las gradas lo decía todo. El Barça de Flick lo había vuelto a hacer. Incluso un disparo de Lamine al palo pudo ser el 2-4. Esa era la manera justa de terminar el partido y esta crónica.  Si el fútbol fuera un deporte justo y no la puta mierda infecta que es.

Porque quien a hierro mata, a hierro muere. El Barça se había levantado esta temporada de cada guantazo recibido. Pero no se había enfrentado a un rival con esa misma capacidad. Todo se torció a un minuto y medio del final. La chavalería de Flick, inexperta aún en este tipo de escenarios no supo parar el partido. Como dijo Luis Aragonés tras aquella final perdida por el Patético en el 74, hubiera sido todo tan fácil como darle un beso en la boca a un rival para que no se hubiese jugado ni un minuto más. Un ataque desesperado del Inter a ninguna parte, un balón que pierde Gerard Martin, mitad inutilidad propia- mitad faltaqueporsupuestonopitóMadridiniak y Dumfries, quien si no, centraba para que Acerbi, un central de 37 años, se anticipase en el remate a un indolente Araujo.

A la próloga. De manera innecesaria. En ese punto, todos los culés recordaban la reciente final de Copa y todas y cada una de las remontadas de esta temporada. Ya nadie dudaba de los de Flick. Lo siguió intentando Lamine. Y Pedri. Y Fraude. Y Robert. Y seguían entrando chavales porque ya no había de dónde tirar. Fermín, Fort, Gavi, Pau Victor… porque hasta 9 canteranos llegaron a jugar anoche… No se le puede pedir más a Don Hansi Flick.

El partido entró en su fase final. En esa oscura tiniebla donde ya se sabía que un golpe más iba a ser definitivo. Y lo dio el Inter. Thuram ridiculizó a Araujo –que no debería volver a vestir de azulgrana– y el balón llegó a Frattessi dentro del área para cruzarlo a la base del palo, lejos del alcance de Scnbmkfhny. Era el décimo disparo del Inter entre los tres palos en la eliminatoria. Y su séptimo gol. Difícil pensar en jugar una final de Xempions encajando con tanta facilidad. EL Barça lo intentó hasta el final, pero el Inter sí que supo hacer que no pasase nada más que el tiempo que los llevaba a la final de Munich. Porque no era el día. Porque no era el momento. Porque el fútbol es una puta mierda.