Extraña semifinal. No se puede denominar de otra manera cuando no ha empezado la eliminatoria y ya pierdes por 0-1. Porque con 40 segundos de partido no se puede decir que había empezado. Desajuste defensivo y remate de tacón de Marcus Thuram que, confirmó que la ley del ex se puede transmitir incluso de generación en generación. Ojo, que Dugarry ha sido padre de cuatro hijos. Es solo cuestión de tiempo que alguno llegue a ser profesional. Y la leyenda de Christophe será, aún más si cabe, eterna.
Hablando de Thuram. Padre. Quien fuera lateral de la selección gala campeona del mundo en 1998 pasó a la historia por marcar dos goles en la semifinal de aquel torneo. Algo absolutamente paranormal para un lateral derecho. El influjo de Liliam se apoderó de Dumfries. El holandés, discretísimo goleador –no había marcado aún en esta Xempions– se disfrazó de Pelé en Evasión o Victoria y cazó de semichilena un balón en el área en un córner que pilló muy dormida a la defensa azulgrana.
0-2 en contra en apenas 20 minutos. Otra vez aparecían los fantasmas europeos. Pero hace poco más de 17 años, nacía en Esplugues de Llobregat un chaval dispuesto a cambiarlo todo. Y, para empezar, decidió cambiar el rumbo de una eliminatoria que parecía perdida. Rememorando un mítico capítulo de “El Príncipe de Bel Air” la táctica del equipo pasó a ser “balones a Lamine”. La exhibición individual fue de las que hacen época. Asumiendo galones como un veterano. Regateando rivales como si fueran alevines. Y marcando goles. Bueno, goles no, que dice la prensa nazionalmadridista que no marca. Golazos sí. Soberbio el 1-2 con slalom y pase final a la red. Un minuto después estuvo cerca de hacer el segundo con una jugada aún mejor. Lástima que entre Sömmer y el larguero lo evitaron.
De la mano de Lamine, el Barça resucitó. Porque al Barça Flickeano hay que matarlo y rematarlo. Y su capacidad de levantarse cual boxeador knockeado ya es una de sus señas de identidad. Volvieron súbitamente la presión, el futbol rápido y las ocasiones. Hasta que Pedri encontró un pase a Rabinha que, de primeras, sirvió a Fallón. El Tiburao, llegando desde atrás, fusilaba a placer la portería interista. Empate antes del descanso. Ya llovía menos. Y en estas montañas rusas de emociones a las que el equipo ya tiene acostumbrada a su afición, quien más quien menos, se acordaba del partido de Copa ante el Patético. Se vislumbraba un 4-2 en la segunda parte. Seguramente olvidando que aquel partido terminó en empate.
Porque el Inter tiene cosas del Patético. Pero en bien. Es un equipo correoso y bien plantado que sabe lo que hace. Y pese a los arreones azulgrana nunca se descompuso. Y amenazaba con peligro cada vez que asomaba en ataque. Además, había un dato preocupante tras la final de Copa que se hizo presente: el Mierdas, pese a su pésima temporada, le ha marcado este año 3 de sus 4 goles al Barça a balón parado. Y el Inter golpeó ahí, donde más le duele a este equipo. Nuevo córner y nuevamente Dumfries poniéndose el traje de Zarra-Quini-Bierhoff todo en uno para rematar de cabeza el 2-3.
Y también nuevamente, el equipo que no acusa los golpes de los rivales. No pasó ni un minuto para que llegase una jugada ensayada. Fraude Jong saca de esquina hacia Lamine que la deja pasar para que Rabinha se saque un latigazo que, tras golpear en el larguero y en la espalda de Sommer, acabe entrando en la portería. Otra vez a soñar con la remontada. Pero el Inter no se dejaba. E incluso marcó el cuarto en acción anulada por milímetros. La nariz de Mkhitaryan le jugó, esta vez, en contra. Lo que habría sufrido Txiki Begiristaín en estos tiempos del VAR.
La recta final dejaba un partido completamente abierto. Se bailaba entre un Barça que asumía riesgos, sin dar con la tecla final y un Inter, sin fisuras en la defensa y que llegaba con facilidad en las transiciones. Un disparo de Lamine al larguero y una ocasión final de Rabinha fueron el canto de cisne de un gran partido que deja todo abierto para la vuelta. Hay que ganar en Milán. Como ya se hizo en 2006.