Nadie contaba con el inesperado tropiezo blanco en Cornellá. Así que Flick decidió salir con todo a por los tres puntos ante el Alavés. Era el típico partido en el que el rival invita a pensar que se ganará por inercia. De esos que cuando tenías a Messi, había entre cero y ninguna duda de que el argentino abriría la lata en algún momento. Pero de momento, solo se tiene a un protoMessi y esta es una temporada donde a los azulgrana les cuesta motivarse ante estos equipos.
Y además, el Alavés pareció haber aprendido del Pestafe. Perpetró un partido de pico y pala, de esos difíciles de ver, donde el Barça tenía el balón pero no pasaba del medio de campo con facilidad. Partido trabado: presión, faltas, golpes, faltas, pérdidas de tiempo, faltas, empujones, faltas… cualquier cosa era válida para que el juego no fuera fluido. El choque de cabezas entre Gavi y Conechny era la alegoría de lo que se estaba viendo: el del Barça quería seguir jugando pero el del Alavés no. Entre medias, se perdió todo el tiempo del mundo. Tan infame estaba siendo el juego que ni siquiera Dugarry habría desentonado sobre el terreno de juego.
Solo una jugada messianica de Lamine puso algo de luz en la oscuridad del infrafutbol. Un slalom ante 7 rivales justificó el precio de la entrada y que llevase su nombre escrito en caracteres chinos: los asiáticos ya tienen claro cómo se llama el que está llamado a dominar el fútbol en los próximos años. Un disparo de Pedri haciendo honor a sus orígenes –chut canario del canario– fue el único remate a puerta en una primera parte para olvidar, tanto el juego como el arbitraje: Munuera permitió la continuada reiteración de infracciones por parte de unos visitantes que acabarían casi triplicando al Barça en faltas pero que apenas vieron 1 amarilla por 5 de los locales.
Algo debió decirles Flick a los suyos en el descanso. Y a ello se sumaron a las entradas de Fraude Jong y Eric a quienes Hansi se empeña en recuperar para la causa. Un nuevo impulso que le dio un mejor aire al equipo cuyo dominio comenzó a hacerse más y más abrumador. Más y mejores ideas mientras el Alavés comenzaba a recular paulatinamente conforme decaía su esfuerzo físico.
Y empezaron a caer las ocasiones claras. La primera, tras un envío de Lamine que fue rematado por Lewandowski fuera por poco. La segunda, con un potente disparo del Chaval que repelió Owono. Eran el preludio del gol porque a la tercera fue la vencida: volea de Lamine que termina recogiendo Robert –el gol sigue llamando a su puerta– para marcar su 18º gol en liga y el 30º de la temporada. En plena cuesta abajo de su carrera, al polaco se le siguen cayendo los goles aunque no quiera, pese a que su juego deje cada vez más dudas.
Le tocaba al Alavés proponer algo. Llevarse una derrota honrosa sumaría lo mismo que una goleada en contra. Pero su paleofútbol no le daba para mucho más que para mantener la incertidumbre del resultado, más por lo corto de éste que por una amenaza real: los vitorianos se fueron del partido sin rematar a puerta. Ya necesitaban los de Flick una victoria de este tipo, de las de masticar clavos, para demostrarse a sí mismos que también son capaces de desatascar embrollos como éste y, de paso, meterse de lleno nuevamente en la lucha por el título.