No somos muy conscientes de este dato: de haber tenido compañeros de ataque con un poquito más de acierto (Ibrahimovic, Alexis Sánchez, Higüain, Palacios, Dembelé…), las Champions League de 2010, 2012 y 2019, las Copas América de 2015 y 2016 y el Mundial de 2014 también engrosarían el palmarés de Leo. Pero ¿qué habría sucedido si Messi ya hubiera tenido esas 7 Champions, 3 Copas América y 1 Mundial? Además de un abuso futbolístico, probablemente nos habría privado de la final más apoteósica de la historia de la Copa del Mundo.
Porque aunque a Messi le sobraban exhibiciones, goles, asistencias, títulos y fútbol para ser considerado el mejor de la historia, aquellas derrotas y frustraciones fueron las que le trajeron a Qatar. Fueron las que permitían aún que en Argentina-y en la mayor parte del planeta Fútbol- la afición se preguntase si el simple hecho de haber llevado a su selección por segunda vez a la final, lo ponía ya a la misma altura del mismísimo Diego. O incluso por encima, en caso de victoria. Más curioso aún –por no decir indignante– era escuchar a los adalides del nacionalmadridismoplantear si una posible victoria argentina cerraba para siempre el artificial debate -creado por ellos mismos- entre Messi y Cristiano Ronaldo. Una absurda controversia en la que los infieles trataban de comparar a uno de los cincos dioes del fútbol con un extraordinario –pero solo eso– goleador. Nunca nadie en la historia se planteó comparar a Fontainecon Di Stéfano. Ni a Torpedo Müller con Cruyff. Ni a Hugo Sánchez con Maradona.
Así que saltaba un alegre Messi al Estadio Lusailpara cerrar de una vez, todas esas bocas herejes, ayudado por la mejor versión de la selección albiceleste en una década. Y conScaloni dejando a Deschamps con las vergüenzas al aire. Porque durante 80 minutos se jugó como, cuando, dónde y al ritmo que quiso la Argentina de Enzo Fernandez y Macallister. Partidazo de ambos. También de Di María mientras le duró la gasolina. Al Fideo le bastó un simple quiebro para forzar un penaltito tan leve como el intelecto del infractorDembelé. Y los caudillos del nacionalmadridismono tardaban en ahogarse en su propia bilis,perjurándose a sí mismos lo mal lanzadorde penaltis importantes que es Messi. Mientras, éste adelantaba a su equipo. Y poco después Di Maria remataba su formidable primera parte con un gol tras una de las mejores jugadas de ataque vistas en una final.
Deschamps decidió que ya había dado demasiada ventaja a los contrarios, jugando todo el Mundial con uno menos: sacó del campo a Ousmane. Parecía demasiado tarde: Francia no tenía personalidad para asumir el mando y se encomendaba a fogonazos de un apagado Mbappe. Las mejores ocasiones seguían cayendo del lado argento y se intuía un 3 a 0 en cualquier momento que habría cerrado una final casi sin historia. Pero, precisamente, una final sin historia no es lo que debe cerrar el palmarés de una leyenda. Entraronpues en acción los duendes del fútbol. Si durante todo el Mundial se buscaban los paralelismos con el campeonato del 86–que si en ambos participó Canadá, que si los dos árbitros de la final cumplían años el 7 de Enero, que si el portero rival vestía de amarillo (como en el 78, además), que si Brasil había sido eliminada en cuartos de final por penalties– la final no podía escapar a la cábala. Aleteó una mariposa en Japón y en el tiempo en que la onda acústica viajó hasta Qatar se pasó del 2-0 al 2-2. Con Mbappé disfrazado a la vez de Rummenige y Vöeller. Eran su segundo y tercer contacto con la pelota.
La bofetada que recibió Argentina tenía tufillo a K.O. técnico. Porque además Deschamps seguía metiendo músculo y más músculo en el equipo. Y Argentina daba síntomas de fatiga. Pero los De Paul, Otamendi, Romero… respondían. Con huevos y más huevos. Lo que siguió fueron cuarenta minutos de absoluta locura futbolística. Llegadas a ambas áreas. Oportunidades. Fallos. Cuando Messi marcó el 3 a 2 a falta de 10 minutos, parecía el final perfecto para su cuento de hadas. Pero tampoco. Porque Argentina no sabe vivir sin sufrir. Ni económicamente. Ni políticamente. Ni mucho menos futbolísticamente. No supo o no pudo aguantar las embestidas afro-europeas y cuando Gonzalo Montiel cortaba con la mano un disparo dentro del área, nadie sospechaba en ese momento que mutaría su papel de villano a héroe pocos minutos después. Pero solo a héroe. Porque el superhéroe fue el DibuMartínez haciendo la parada del campeonato en un mano a mano con KoloMuani que llevó el partido finalmente a los penales. Exactamente ahí. Donde Francia ya sabía lo que es perder una final de la Copa del Mundo. Y en esa tanda se impuso quien más lo buscó todo el partido. Quien más lo necesitaba. Quien más lo quería. Y nadie la buscó, la necesitaba y la quería más que Leo Messi. Arrodillaos ante D10S, infieles.