De a uno, el Leviatán emergido en áurea tierra acuosa ya abonada.
¡Qué estrépito de amaneceres en el decurso vuelto, engalanado en el efluvio del hombre y sus paisajes!
¡Refuljan en más el timbre de oquedades el puro instinto indomable, la transacción anaranjada y el espejeo más crudo!
Yo canto tu majestad de pobladísima nube y el alto consenso desorillado.
Ya lo invisible hospeda el tuétano para el orbe gustoso.
¡Alzaos! ¡Sabed que lo sois! ¡Enormes en el ancla fabulosa sujeta al oleaje reverdecido!
Mens sana in corpore etereo. Aún vendrá la curva pedregosa que rinda los cabellos regios.
¿Quién del juicio se espante? No fuera acaso menos juez que parte.
Dejad que no teman el desértico alzamiento,
que la razón en poco se aflige y en menos su peso proclama.
¡Qué temblor de aristas os cruzara de parte a parte!
Así como legisló níveo el hijo de nuestro oeste,
declinado el guiso se ofrenda múltiple en la plata cóncava.
Yo os digo que no yerra el millonario consenso volante.
Remóntome fluvial en la corona arracimando sumas:
¡Oh, cumbre fraternal enemiga del cauce eterno!
¡Oh, matemática honda sobre la línea que deglute los soles con puntualidad!
En la pleamar de exactos, las olas cabecearían al unísono.
Hubo una decantación de ceniza huida al fastuoso brillar de los mármoles trabados.
Procura ámbitos acantilados el desmayo insistente,
afirmado en su cetro inmemorial de distancias escandalosas.
Súpose emergido y completo desde el dorado pórtico.
No la lengua ni la letra ni el cerrojo que los reuna.
Cofre modesto con presteza de quebranto y boca de criatura legendaria ¡tan merecido!
Menos Minotauro que laberinto, parte el efébico rotundo.
¡Inverso, despliéguese redondo el fruto!