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Yoyalodije

Messi

Messi toma la pelota, desborda a 2 ó 3 (a la mejor más: con él, los números de rivales se vuelven un mero dato) y dispara cruzado venciendo al arquero. Esa acción se repite tantas veces a lo largo de la temporada (y sin contar las asistencias, los palos, la vuelta a empezar) que uno cree que es parte del fútbol tradicional, que existen otros jugadores capaces de hacerlo. Pero no, el verdadero secreto del fútbol nació y morirá con Messi. Es el silencio messiánico (hasta su nombre parece profético, una de esas sincronía borgianas).

El aficionado que sigue más o menos de forma sostenida al Barcelona en general y a Messi en particular ya está tan acostumbrado a los slaloms, a las jugadas imposibles del pequeño argentino que no se da cuenta que él es la excepción a la regla. Cierto es que los arrebatos mágicos de Lionel son tan perfectos y pulcros que parece que asistimos a la exhibición de un jugador de videojuego y que quien lo controla es uno de los programadores. Ya ni nos emocionamos, lo damos por hecho como si sus hazañas se equipararan con dar un simple pase de 5 metros sin presión rival alguna.

El fútbol como todas las cosas está en constante evolución, factores los hay a montones: cambio de reglas, innovación en los sistemas, mejoras a los métodos de entrenamiento, equipos adelantados a su época. Así, encontramos a los húngaros y sus 5 delanteros, el Brasil de los cinco 10’s, la escuela de Rinus Michels (devenida en el cruijfismo) y su fútbol total, el catenaccio italiano (epitomizado en el gran Scirea), la institucionalización de la cultura del trabajo de Sacci y por último la estética guardiolista, la vanguardia que une la estética, ética y trabajo. Es la evolución orgánica del fútbol, representada por las diferentes escuelas, conceptos y formas de verlo. Messi entraría en el equipo de Guardiola (ese raro híbrido que se atreve a mezclar dos formas de trabajo antagónicas y crea un producto sublime), sin embargo, a mi gusto, Messi es por sí solo otro factor para acelerar la evolución del fútbol. Es una categoría aparte. Si el Barcelona de Guardiola vino a darle un nuevo aire, Messi ha venido a condicionar a todos los rivales. Aunque Barcelona y Messi parecen indisolubles el uno del otro, la historia los marcará como dos entes diferentes que en cierto punto se cruzaron en el mismo camino para lograr el equipo perfecto. Un accidente feliz.

Messi, en el contexto futbolístico, viene a ser una nueva escuela, un nuevo movimiento, una nueva etapa. Curiosamente su caso es endémico: empieza y termina con él. Es la serpiente infinita, que se fagocita a sí mismo.

Desde los medios hay una búsqueda vulgar de compararlo con alguien, de crearle un antagónico que pueda poner en riesgo la dimensión del rosarino y así seguir su objetivo de vender más, de crear polémicas falsas con la cual sobrevivir al sistema. Ya se ha institucionalizado que Cristiano Ronaldo cumple con el rol del competidor, incluso hay quien lo pone en el mismo escalón. Va a ser que no. Aquellos locos que realmente creen que el portugués (un crack, no cabe duda) está al nivel de Messi, es porque en esta realidad el pragmatismo tiene la batalla más que ganada. En un mundo ideal no habría siquiera debate (así de abrumador es).

Y aquí es donde yo me subo al altar de los mártires (perdonen la licencia): a quemarme en favor del bien común y estético del fútbol. Después de mucho pensarlo, analizarlo y discutirlo en mi fuero interno, he decidido que cuando Messi se cansé de ser futbolista, yo dejaré de ver fútbol. No hay mucho qué hacer. Es un acto sin relevancia, inerte a todas luces pero que simboliza (para mí) una coherencia a los ideales más frívolos.

Su timorata mirada, su falta de carisma, su flemática conducta; todo se evapora cuando entra a la cancha. Dicen que los ojos son la ventana del alma, basta verle su mirada cuando el partido (cualquiera) empieza para ver que se ha convertido en un animal, en un depredador, que él está en la cima de la pirámide evolutiva futbolística y que desde esa cima, él rige el mundo del balón con la paradójica sensación de los genios: su talento es tan natural y único que él disfruta jugando a patear el balón, no necesita declaraciones incendiarias, peleas absurdas, gestos egomaniacos para ser el mejor: su inocencia es su ley; probablemente él nació para ser futbolista y dejarnos lo complejo de vivir al resto del mundo.

Da miedo pensar en el fútbol POSTMESSI, es decir, el de toda la vida, el de los Ronaldos, Henry, Zidane, Iniesta, Van Basten. Fútbol de altísimo nivel pero que jamás alcanzarán la magnitud de ese chico de Rosario que un día decidió probar suerte con una pelota. Y no hablo de decadencia, el término Postmessi es más bien ambiguo, porque a pesar de que en su forma más simplista (cuando Messi se retire) también tiene ciertas ramificaciones inherentes, la más obvia: lo postmessi como la evolución del fútbol, una interpretación trágica pues de antemano, se sabe que no habrá otro como él y que sólo en su periodo de futbolista activo, vamos a poder disfrutar de esta modalidad del fútbol.