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Yoyalodije

Yo estuve en Wembley, capítulo 3

(Como sugerencia se puede leer escuchando el “Fa vint anys que tinc vint anys” de Serrat o el “Tan joven y tan viejo” de Sabina o los dos a la vez en la versión de la gira conjunta 2012-2013)

CAPÍTULO 3 Londres.

Londres es una ciudad maravillosa con infinidad de cosas que ver, pero eso lo descubrí casi 20 años más tarde…

En aquel momento y, entono el mea culpa si es preciso, lo único que me interesaba ver era el Estadio de Wembley y a 22 tíos dejándose la piel por darle la gloria a sus colores, con la esperanza de que los 11 que llevaban la camiseta color butano no fuesen los que quedasen sobre el césped llorando la ocasión perdida, sino los que, entre lágrimas también, celebrasen el ansiado triunfo que habíamos venido a conquistar.

El caso es que poco más allá de medio día el autobús aparcó en la zona destinada al efecto en los alrededores del Estadio, bajo las “fuertes” medidas de seguridad anunciadas y que consistían, básicamente, en que a la misma hora y justo enfrente “desembarcaba” otro vehículo cargado de italianos, sin que hubiese un triste miembro de las fuerzas del orden británico por allí.

Desde ese momento éramos “libres”, con los horarios pactados, eso sí, de apertura del bus para dejar o coger alguna cosa, y de salir cagando leches poco después de acabar el partido. En esta texitura, optamos, como hizo el resto del personal en ir a nuestra bola. Al fin y al cabo y como nosotros no teníamos ni colegas, ni familiares ni amigos que hubiesen llegado a nuestro destino por otros medios, como ocurría con otros viajeros, no teníamos que acudir a ningún punto de encuentro.

Como animal gregario que es el ser humano, decidimos seguir la táctica de Vicente (que no Del Bosque) e ir a donde va la gente, que no era a otros sitio que al metro, para que el tren urbano nos llevase hacia algún lugar céntrico donde ver el ambiente y comer algo.

El vagón en cuestión estaba poblado de italianos, ya que de nuevo la supuesta seguridad, separar las aficiones y todas esas zarandajas, se había quedado en el limbo.

Las caras tensas, los nervios de unos y otros se notaban en el ambiente, nos mirábamos intentando escudriñar lo que pensaba cada uno, el nivel de confianza que cada afición tenía en su equipo, la ilusión compartida aunque los colores fuesen diferentes. En poco tiempo, (hay que ver que gran invento es el metro para el visitante de una gran ciudad, je, je) estábamos en Picadilly.

Allí, de nuevo, las aficiones mezcladas. Incidentes; ninguno, 4 gritos mal puestos de los tontos de siempre, con sus cabezas rapadas (o roídas como decían mis amigos medio punkies y medio ácratas de esporádicas nocturnidades albaceteñas) respeto; todo, incluso algunos confraternizaban tímidamente…

Es curioso pero el perfil de una y otra hinchada era tan diferente, que en cierto modo parecía como si fuésemos a un espectáculo distinto.

La “gent blaugrana”: familias enteras, del niño a la abuela, algunos grupos de jóvenes, mucho cuarentón y cincuentón, matrimonios etc. Diferente estrato social, diferente origen e incluso diferentes lenguas y acentos a veces.

Por aquí un grupo con banderas catalanas, alguna estelada, por allá una peña de Córdoba, más allá una familia de Teruel y más abajo unos chavales vascos con alguna ikurriña y el 6 de Bakero en la espalda.

Camisetas de todo tipo, la meyba blaugrana de ese año, la del año anterior, la del anterior al anterior, la azul o la amarilla con la franja, las más antiguas que guardas como oro en paño y los “privilegiados” con la naranja que íbamos a lucir sobre el verde esa noche y que como podéis comprender aún no había llegado a ningún comercio de Albacete… El disfrazado del Avi, el de la trompeta que imita a Rudy Ventura, si no era el propio Rudy, bufandas de mil tipos, desde la que te hizo un día la abuela, a la que has comprado hace unas horas en la puerta del Camp Nou y que ya pone algo de Wembley.

Lo mismo con las gorras, boinas etc. difícil hallar dos iguales, cada uno parece que trae su amuleto de la suerte, su fetiche, su tesoro escondido.

Banderas de mil clases, anudadas al cuello muchas veces, entre ellas la mía que acababa de sacar de la mochila, con su senyera y todo, y que (cosas raras que hace uno) adquirí en el viaje de fin de curso a Italia, con los padres escolapios, aquel año en que Terry Venables ganó la liga etc. etc.

Los italianos: mucho más modernos ellos, jóvenes, veinteañeros en su mayoría, deduciendo nosotros por tanto, que la gente mayor se ve que era del Genoa. Todos impolutos con las camisetas de la Samp nuevas que parecía que las estaban estrenando. Unos de blanco y otros de azul, siempre remetida por el vaquero. Las tías marcando curvas, con un alto índice de “tíabuenismo”, mucho mayor que el nuestro, que por edad y por todo lo mencionado anteriormente íbamos cargados de madres, abuelas y tías solteras.

Los “tífossis masculinos” con la misma pinta que los que, por aquel tiempo, poblaban las playas y los garitos y discotecas de Benidorm o San Juan, cualquier verano, con sus narices de Franco Battiato, sus gafas de sol, su pelo “engominao” y su bufandita perfectamente anudada a la muñeca.

Los ingleses que miran con aire de cierta superioridad pero también con envidia y los turistas que seguramente piensan, que hubiese sido mejor viajar a la city en otra fecha, pero que acaban haciendo fotos al grupo que entona el “Gunayaren, Guanyaren, Guanyaren”

Ante este paisaje, lo primero es lo primero, y hay que llamar a casa, para decir que seguimos vivos, que hemos llegado bien y todas esas cosas. Le digo a Angel que pregunte por un teléfono que para algo le tienen que servir su montón de años de academia privada y se dirige a un guardia.

El muchacho, no sé si le entiende, el caso es que contesta y afortunadamente para nosotros hace indicaciones con las manos. Ángel no sabe muy bien lo que le ha dicho, pero por los gestos entendemos que se refiere al metro, así que volvemos a descender y gastamos unas monedas en tranquilizar a los respectivos progenitores.

De vuelta a la plaza, buscar un sitio para comer, nuestra economía nos lleva directamente al Burguer King. Mando de nuevo a mi “intérprete”, mientras yo no me muevo de la mesa que hemos conseguido al vuelo, y que es un bien preciado, otra vez hay italianos y culés mezclados, se levantan unos y otros ocupan la mesa en un continuo ir y venir.

Vuelve mi compañero con las hamburguesas las patatas y las cervezas. Me cuenta que la chica que le ha atendido es española, madrileña, andaluza, de cuenca, no me acuerdo, pero nos ha deseado suerte.

Devoramos la “fast food” o como se diga y por turnos pasamos al servicio, un poco de aseo y por fin la camiseta del Barça, sale de la mochila. Yo me pongo la azulgrana del año pasado, la de este año que me regalaron por Navidad la he dejado en casa, Ángel, lleva la azul con la franja blaugrana.

¿Qué hacemos ahora?… Él quiere ir a ver algo de Londres, por allí ha visto que hay un museo, creo que el de cera. Yo digo que no, yo solo quiero ver Wembley, ver el ambiente, como va llegando la gente al Estadio, sufrir allí los nervios hasta que empiece todo.

Salgo ganando, damos un par de vueltas más por Picadilly Circus, observamos, miramos, queremos quedarnos con todo. Unos Boixos (pocos, no llegan a 20) con sus cabezas roídas hacen su “show” por la fuente, chillan insultan “Doria, Doria va fan Culo”, creo que dicen, los italianos no les hacen ni puñetero caso.

Así que cogemos el metro de vuelta y a media tarde, un par de horas antes de la final ya merodeamos por Wembley, una foto con un “bobbie a caballo” y la bandera del Barça delante… un cigarro, otro, otro más.

Compro 2 guías oficiales, una para mí y otra para la tía Carmen, una bandera inglesa conmemorativa, pegatinas y otros recuerdos.

A la hora convenida dejamos alguna cosa en el autobús, van abrir las puertas del gigante que diría Calamaro y que se presenta ante nosotros como el guardian del Grial que hemos venido a buscar, quiero entrar ya, ver como se va llenando el Estadio, ver calentar a los nuestros, saber la alineación…

Estamos entrando, Ángel pasa tranquilamente, a mí, no sé si aleatoriamente, o porque casi me choco con él, el de seguridad me cachea y me hace abrir la mochila. Paso.

Una hora antes estamos en nuestros asientos, detrás de la portería donde después de 116 minutos vamos a casi tocar la historia, Wembley está casi vacío todavía, pero nosotros dos estamos allí, la ilusión intacta, los nervios todos, aunque con la tranquilidad de que ya nada va a impedirnos presenciar el partido y que poco a poco vamos a estar rodeados de miles de culés con los mismos nervios pero también con los mismos sueños.

(Continuará)