Después de un mes tempestuoso, con varios revolcones en el fango y con el orgullo magullado, el equipo afrontaba la FINAL contra el Milan en un Camp Nou engalonado para la ocasión y un 0-2 en el electrónico.
Durante la semana se habían escuchado y leído declaraciones altisonantes de algunos jugadores. Empezó Xavi, ejerciendo de capitán, quien espoleó a los suyos recordando que a “esta generación le falta una gran remontada” “tenemos que recuperar la intensidad que nos hizo grandes”, en esa línea se mantuvo Dani Alves, subiendo incluso más el tono “no tenemos el hambre de antes, y eso se nota y se contagia”. Y remató Piqué tratando de picar al público “quien no crea que le deje el carnet a otro”.
Debate en el vestuario, intercambio de palabras, gritos, pasión, orgullo, conjura…hacia mucha falta. Dicen que si no te mueves tú, te mueve el mundo, y a este Barça parecía que se lo llevaban por delante los acontecimientos. Hasta ayer. El equipo salió reforzado de la asamblea general. “Quizás nos hacia falta un buen cachete”, manifestó Mascherano, tras el 4-0 en zona mixta.
El caso es que tras largas y agonizantes horas de espera nos plantamos a la previa del partido con una filtración en el diario As – curioso y preocupante- sobre la alineación por la que apostó Tito con 4 detalles importante que comentar. Fuera Cesc. Dentro Villa. Toda la banda derecha para Alves y Mascherano por Puyol, al que en la ida, los italianos dejaron subir la pelota una y otra vez.
Corazón en un puño, 95.000 espectadores aguantaron la respiración cuando el húngaro Victor Cassai – demasiado permisivo con la agresividad milanista – decretó el inicio del partido. De ahí hasta el balón al palo de Niang en el 37 procedente de un pelotazo a la babalá, el Milan no pudo respirar. El Barça volvió a sus origenes, el Pep Team, los mismos ingredientes que les han dado 14 títulos. Presión febril en campo contrario, recuperación y ataque. Y vuelta. Y vuelta. Hasta que el rival, noqueado, solo acierta a tirarla fuera de banda como quien pide tiempo muerto. Así llegó el primero de Messi, de bellísima y compleja ejecución, y del mismo modo llegaría el segundo, otra vez del argentino. Lo de Ramires ya pasó una vez, y con una sobra.
Con el 2-0 se llegó al descanso y hubo charla para los dos equipos. Allegri debía recomponer anímicamente a los suyos y buscar soluciones para poder salir de la cueva, aunque solo fuera de vez en cuando. Roura -se supone que Tito mediante- insistió con lo de los dedos en la sien, no quería que se le escapara el control de la eliminatoria, ahora que había conseguido agarrar la sartén con la dos manos.
La salida de los dos equipos en la segunda parte fue algo confusa. El Barça, algo dubitativo en los primeros compases, como si cada jugador se debatiera internamente entre guardar la ropa ya o buscar el tercero por lo que pudiera pasar. El Milan, en este sentido, lo tenía más fácil, se trataba simplemente de intentar sacar la cabeza y palpar. Y en esas que llegó una asistencia milimétrica de Xavi -tras anticipación de Mascherano (nuestro último hombre!) en campo contrario, resarciendose así del fallo que pudo costar la eliminatoria- a la que no llegó Constant por medio palmo, y el control orientado de Villa -hasta el momento completando un flojísimo partido- le valió medio gol. Certificó el otro medio con la definición que le llevó al mejor equipo de la historia con un zurdazo en comba inapelable. Tres a cero. Brechazo. El efecto de un posible gol del Milan ya no era insalvable. Se olía el pase a cuartos, pero ahora sí, había que tener muchísimo cuidado, no tanto en el adversario, sino más en no bajar el nivel propio.
Con gran criterio, Roura, a los pocos minutos, y viendo que al Milan no le quedaba otra que irse arriba, sacó del campo a Villa, desfondado, para darle un arreón de energia al equipo con la inclusión de Alexis, oro puro en esos compases del partido. Diez minutos después, se repitió operación. Idéntica misión. Adriano por Pedro. Entre medio salió Bojan, que apunto estuvo de cambiar el guión del partido propiciando, tras al de Niang, la segunda y última ocasión de los lombardos, tras deshacerse en meritoria jugada por banda de su amigo Piqué, y cruzar un balón envenenado que salvó Jordi Alba apareciendo de manera celestial, cuando más de uno había palidecido.
Así se llegó a los minutos que anteceden al descuento, y el equipo de Allegri se fue definitivamente arriba con todo, dejando 3 hombres atrás, dominando el juego, llevando el ritmo, sin profunidad pero inquietando lo suficiente para que los nuestros se encerraran atrás, agarrándose con fuerza. En la penúltima jugada, Robinho cometió un flagrante error sacando en corto una falta cuando todo su equipo estaba en área contraria esperando el centro. El balón fue a parar a pies de Messi, que midió tiempo y espacio y promocionó la cabalgada de Alexis por el carril derecho. El chileno decidió apostarlo todo a un cambio de ritmo que cazó un exuberante Jordi Alba para matar el partido e implosionar el estadio.
4-0. Atenas estaba vengada. El Barça estará en el bombo de cuartos de final, muchos “realistas” cayeron en la cuenta de que en realidad eran pesimistas. Y de repente todos caímos en la cuenta que el equipo había ido bajando el nivel de tensión, de intensidad, de entusiasmo. Tan paulatinamente que nadie lo notó. NADIE. Hacía falta un cachetazo, dijo acertadamente El Jefecito. También una noche como esta. Y ahora que estamos aqui, y sobretodo, que sabemos porqué, podemos mirar al frente con la cabeza alta y la mirada limpia. Ya sabemos como hacerlo, que tiemble Wembley.
