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El fracaso del buen rollito

Cuando tu pívot más en forma –víctima de mobbing hace unos años por el núcleo duro de la selección, por cierto- debe jugar un tope de minutos en aras de mantener el orden establecido, cuando el alero que empequeñeció a Pete Mickeal y volteó todos los pronósticos en la final ACB está para poco más que llevar las toallas, cuando tu talentoso (y eterno) ‘3’ del futuro se come las uñas siendo el recambio del recambio mientras otros compañeros de generación lideran las machadas de sus seleciones, es que tienes un problema más grave que caer en cuartos por un triple de nueve metros.

De hecho va más allá de perder notables diferencias frente a una Francia sin norte o una Lituania en aceleración, o de mostrar una alarmante falta de argumentos frente a una Serbia en construcción. Cuando eso pasa es que el medio se ha convertido en objetivo y que, sin darte cuenta, has dejado de ser un grupo de grandes jugadores a los que la unión hace poco menos que invencibles para convertirte en el grupo del buen rollo, en el que la calidad y competitividad no son requisitos imprescindibles ni en el proceso de casting ni en la dirección de actores.

Vázquez, San Emeterio y Claver son mucho más que tres de los suplentes de un cuartofinalista; son la parte débil de la cuerda que Scariolo se ha colocado alrededor del cuello por seguir las directrices marcadas desde arriba por el nuevo mesías del baloncesto patrio, el omnipresente presi Sáez. Como en los proyectos de Florentino, la clave de los iniciales éxitos del proyecto y la culpa de los siguientes fracasos, hay que buscarlos en la estrechísima e interesada relación del presidente con los cracks mediáticos del grupo y, sobretodo, en el puenteo a la figura más indispensable para todos ellos: el entrenador.

Se creyó prescindible al que puso la pica en Japón y se le echó de mala manera por mercadear con la competencia de los que mercadean con la Federación. Se acosó y derribó a su sucesor pese a la olímpica machada de quedarse a unos pasos (ustedes ya me entienden) de los EEUU más gloriosos tras los que todos sabemos, y ahora se defiende a muerte a Scariolo por el mismo motivo –y antagónico sentido- que se puso en tela de juicio a sus predecesores: su sometimiento a las reglas establecidas. PepuAíto las discutían y Sergio las acata.

A partir de ahí, poco o nada nos deben extrañar las tres derrotas en Turquía de un equipo partido en dos, en el que la mitad jugaban y la otra mitad aplaudían pese a ofrecer alguno de los segundos más frescura de piernas y variedad táctica que alguno de los desgastados titulares. Va por Garbajosa, sí, que cumplió un fenomenal torneo en porcentaje de tiros de tres, uno lamentable en porcentaje de minutos en la pintura y que acabó saliendo en todas las fotos de la derrota final, pero no sólo por él.

Motivos hay para discutir sobre el exagerado rol de algunos, sobre la infrautilización de otros, lamentarse por sostenidos aciertos ajenos, sobreanalizar si es buena idea perpetuar la zona frente a las muñecas serbias y al final si es mejor atacar para ganar o defender para empatar, pero lo cierto es que una nueva tendencia está dominando el Mundobasket, aupando a semifinales a los que la siguen a pies juntillas y penalizando a los seleccionadores que mutilan a sus plantillas: las rotaciones.

Por motivos diversos las tres mejores selecciones del último lustro han sido apeadas en cuartos tras no poder alcanzar el liderato en la fase de grupos, por reducir a siete los efectivos reales en su rotación. Frente a eso las renovadas Lituania y Serbia, la musculada USA y la potente anfitriona han impartido una lección que los tambaleantes trasatlánticos antes citados deberían grabarse a fuego: en pista sólo coincidimos cinco pero jugamos doce.

A estos, mal lo que se dice mal no les ha ido. Los otros, en cambio, se pasaron el torneo intentando evitar a Estados Unidos. Al final lo consiguieron.