Tal como hiciese el Barça de Cruyff en Wembley, años después del infortunio de Berna y el sonrojo de Sevilla, o la España de la Davis en el Sant Jordi tras los dos sesenteros 4-1 a los Manolos en las Antípodas, una Holanda muy naranja pero poco mecánica aspira el próximo domingo a adueñarse de lo que un día les debió pertenecer.
Se está hablando mucho este verano del enorme mérito que tiene para un país de apenas tres millones de habitantes como es Uruguay conseguir dos mundiales en blanco y negro y, sobretodo, clasificarse medio siglo después para las semifinales de un tercero, ya mucho más coloreado. Pues el caso holandés no sólo le coge el rebufo sino que lo adelanta con el semáforo en naranja.
Uno de los cuatro grandes jugadores de la historia, reyes del balón y la estética desde los mágicos setenta, campeones morales de la década, con Cruyff y sin él, en Alemania y Argentina, campeones reales en el mejor Europeo ever con un equipo de ensueño (Koeman, Rijkaard, Gullit, Van Basten), capaces de crear dos de las mejores generaciones futbolísticas (la de Johann y la de Marco) de la historia del fútbol… Todo eso con 16 millones de entusiastas y anaranjados habitantes, una tercera parte de España y 12 veces menos que una Brasil que escoge jugadores entre un territorio en el que cabrían 205 holandas.
Tras perpetuar el gen ofensivo hasta la penúltima de sus preciosistas e indefinidas generaciones, la de los cotizados De Boer, Kluivert, Davids, Seedorf o el veterano Bergkamp, la Holanda de hoy ha cambiado definitivamente el librito, tal como hiciese Brasil a inicios de los noventa. Como ellos, los orange se han reguardado atrás, han mutado evidentemente las esencias en aras de la victoria. Cruyff y Michels proponían la alegría como punto de partida, para el anónimo Van Marwijk ésta no es más que la meta. Ya disfrutaremos cuando ganemos, piensa.
Y va camino de ello. Amparada en el divino estado goleador de Sneijder y Robben, que nada más abandonar Madrid encontraron la brújula y el desborde perdidos, Holanda está practicando un abrupto tacticismo en el que Kuyt tiene cabida, Van Persie navega a la deriva y Van der Vaart ni sale del puerto. Su antinatural estilo le ha dado el resultado (14 victorias consecutivas en partidos oficiales, y subiendo) qud jamás obtuvo de aplicar su bendita herencia futbolística.
No obstante serán pocos los niños que se harán de Holanda en la victoria tal como nos hicimos orange en la derrota legiones de infantes en los setenta. Y todavía nos dura, porque la memoria recuerda los títulos pero el corazón diente el juego, la pasión y la alegría. Puede que precisamente por eso dentro de unos años me cueste referenciar a esta Holanda ¿campeona? y en cambio seguiré soñando, denlo por seguro, con el maravilloso juego de la Holanda de los setenta y la Brasil del 82. Mis ilustres ganadoras.