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Desagravios en la gloria

En un fin de semana para la historia el Barça saldó cuentas de un porrazo con Sevilla, París y Atenas, nombres hasta ayer asociados a desgracias e infortunios por mor de Duckadham, Vrankovic, Capello y las circunstancias de cada momento. Todo eso y mucho más volteó el fin de semana de los prodigios, que empezó el viernes en París con el solvente desquite ante el CSKA, que continuó el sábado con la definitiva toma de Nervión, y finalizó estruendosamente anoche en un vendaval de juego, orden y pasión frente a un grupo de excelentes baloncestistas que finalizó la final de la Euroliga a 18 puntos de un equipo con mayúsculas. El mejor de Europa. París estaba ya vengada.

Comandados por un Navarro tan excelso en ataque como implicado en defensa y decidido en el liderazgo de los suyos, los azulgranas impusieron su ritmo en el primer tiempo y su temple en el segundo. Tuvo mucho que ver Ricky en lo primero y Sada en lo segundo. Le ofreció Rubio a Pascual toda la velocidad que éste le pedía para desarbolar el cansino ritmo de los griegos, y recibió el míster de Víctor todo el control en ataque que le reclamaba y ese plus defensivo al que tan acostumbrado tiene al Palau y que tanto sorprendió al envalentonado Papaloukas, que a esas alturas mantenía a los suyos en el partido.

A esos minutos de temple se pudo llegar por el cerrojo que puso Fran al tablero azulgrana con cinco estratosféricos tapones en el primer tiempo y por la fenomenal disposición inicial de Pete Mickeal, que se volvió a echar el equipo a la espalda cuando más quemaban las posesiones. Diez puntos casi del tirón de la mejor bisagra del baloncesto europeo no sólo metieron al equipo en el partido, también ejercieron de elemento tranquilizador para sus compañeros. El líder no les iba a dejar tirados. Luego llegó Navarro y Giannakis frunció un ceño que no volvió a su sitio hasta que el partido llegó a su fin y el bueno de Pannayotis felicitó al nuevo monarca de los entrenadores.

Con Navarro y Mickeal al mando de las operaciones cada uno de los jugadores del Barça fueron apareciendo en el partido para ir sepultando las opciones griegas en el envite. Apareció Morris, el hombre de las tres Euroligas en tres años y con tres equipos distintos (Maccabi, CSKA, Barça), para tomar el relevo intimidatorio de Vázquez primero y sentenciar el partido con un triple después. También NDong y Lorbek, que cerraron el rebote y se multiplicaron en la defensa de Schorchanitis y Bouroussis, dos pívots que venían campando a sus anchas por las zonas de la compeiticiónen el primer tiempo.

Por fuera Sada adelantaba en la rotación a Lakovic, más dado a las remontadas a triplazo que va y viene que a mantener el estado de las cosas, Grimau se fajaba en cada rebote, en cada defensa en cada intangible, y Basile iniciaba y finalizaba su partido final soñada con dos triples marca de la casa. El baloncesto saldó anoche la deuda que tenía con el palmarés de Basso, el último tirador.

Minutos antes de que la bocina diese por finalizada una de las mejores Final Four de los últimos años, de que Ricky cortase las redes de la gloria, de que Grimau se preñara de balón, de que Navarro se bañara en lágrimas, de que en el rostro del relajado Morris atisbáramos ciertos síntomas de emoción, de que Mickeal mostrara el orgullo del trabajo bien hecho, de que Ndong enloqueciese en las alturas y de que el concertista Lorbek entonara el canto de los campeones por segundo año consecutivo, antes que eso, Pascual tuvo un detalle de campeón con Lakovic y Trías. Suyo fue el esfuerzo durante la temporada y suyos fueron también los últimos segundos de la final contra los griegos. Atenas estaba también vengada.

Sevilla lo fue un día antes. No es ya el Pizjuan para el barcelonismo ese infausto campo donde un anónimo cancerbero rumano cambió la portería de fútbol por la de hoquei sin que nadie reparase en ello. No tras el aluvión de goles y fútbol que decantaron la Liga a falta de unos flecos castellanos. Sevilla había sido finalmente conquistada. No hay dolor que 24 años dure para el Barça de Guardiola, que lloró como el niño que era en la final de los penaltis y se desquitó de adulto dirigiendo hacia la Liga al mejor y más voraz equipo que el Pep infante, adolescente, joven y no tanto haya aplaudido jamás en el Camp Nou.

Y para cerrar el virtuosísimo círculo en la despedida de Laporta, el Valladolid vuelve a interponerse entre el Barça y el éxtasis un cuarto de siglo después de que una sentida botifarra a los ancestros del Villarato certificara que un penalti acababa de pasar de salvadoreño a salvador por el felino vuelo de su portero más épico, entrañable y recordado.

Llega el Valladolid con Clemente y sin Magico Gonzalez. Le espera el Barça sin Urruti pero con Puyal, que ya anda afinando el grito del culé. Guardiola, t’estimo!