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Yoyalodije

La inflación emocional

El Barça ha perdido dos partidos seguidos, y parece que el club ha entrado en barrena emocional. El 4-1 en Sevilla y el 1-2 contra el PSG bastan para que el entorno active las alarmas como si hubiéramos descendido a Segunda. Da igual que el equipo genere veinte ocasiones, que domine el juego en muchas fases del partido o que en una época de fútbol físico y defensivo seamos el referente del fútbol total de la escuela de Cruyff. La lógica no aplica cuando el resultado se convierte en la única unidad de medida emocional posible.

Vivimos en una época en la que un martes malo vale por una crisis institucional. Hansi Flick, que hace tres semanas era el profeta del nuevo advenimiento culé, hoy es cuestionado por su terquedad de jugar con valentía. Nadie parece recordar que estamos a solo 2 puntos del líder, o que el nuevo formato de la Champions asegura prácticamente estar entre los ocho primeros. Pero el fútbol moderno no se alimenta de contexto, sino de inmediatez. Lo que se exige ya no es competir, sino ganar siempre.

Durante décadas, el fútbol se cocinaba a fuego lento entre cuatro periódicos y tres tertulias. Hoy el menú lo sirven un millón de influencers, tiktokers y opinadores que producen más ruido que un concierto en el Bernabéu. Cada uno con su versión, su clip, su “hot take”. Y la prensa escrita, a sabiendas de que su fin está cerca, sobrevive generando repercusión a cualquier precio.

Y mientras los “nuestros” nos venden drama, en Madrid hacen lo contrario: cuando pierden, el relato es que “fue una gran prueba de carácter”. Allí la derrota es didáctica; aquí, patológica. Y el runrún que se termina escuchando aquí provoca una erosión semejante a la del agua del mar rompiendo contra un acantilado, podemos ignorarlo pero, con el tiempo, hace mella.

El aficionado se ha convertido en un broker emocional. Compra euforia el sábado, vende desesperación el miércoles. El mercado fluctúa con cada victoria y derrota, cada balón al palo, cada error defensivo y cada lesión importante. Las acciones de Yamal son las más excéntricas de todas: suben cuando se va de 3 y pone un pase de gol, se desploman cuando se publica que ha ido a jugar a los bolos con su novia. El mayor talento del fútbol mundial desde Messi, convertido en trending topic por ser, básicamente, un chaval de 18 años haciendo su vida. En el fútbol moderno no se opina: se cotiza. Y en este contexto, cada derrota se interpreta como un crash bursátil de las emociones.

Reivindiquemos algo casi revolucionario: el derecho a tener malos resultados. A construir un equipo, a fallar, a sufrir lesiones y seguir confiando en la idea. No todo ciclo brillante empieza bien, ni todo mal partido anuncia un final. El Barça necesita, más que fichajes, tiempo. Tiempo para que Flick asiente el sistema, para que los jóvenes crezcan, para que el juego se parezca de nuevo a una sinfonía y no a una ruleta. Solo lleva una temporada aquí y todos queremos que esté durante 10, pero para ello, hay que dejar de vender en corto y empezar a invertir a largo plazo.

Quizá sea momento de volver a disfrutar del proceso y no solo de la foto del marcador. De entender que la época vale más que un instante.