Un futbolista del Barça tiene que ser muchas cosas, pero sobre todo, todas a la vez y sin contradecirse. Debe defender al club con uñas y dientes, pero sin meterse en polémicas. Criticar a los árbitros, pero sin levantar la voz. Tener carácter, pero sin parecer chulo. Ser humilde, pero no soso. Tener carisma, pero no dar el cante.
Debe ser una estrella global que no haga ostentación, un competidor feroz que no la monte cuando pierde, un genio creativo que jamás se salga de la línea marcada, un líder que no levante el tono, un profesional que viva por y para el fútbol… pero que también estudie, lea y sepa citar a Nietzsche si le preguntan por un penalti.
Si marca tres goles, está en su obligación; si falla uno, “le falta mentalidad ganadora”. Si sonríe tras perder, no tiene sangre; si se cabrea, es un egoísta. Si celebra, provoca; si no celebra, es frío. Si sube una foto a Instagram, está distraído; si no da entrevistas, le falta personalidad.
Y cuidado con la vida privada. El jugador debe tener pareja estable, pero no parecer un padre de familia. Ir a cenar fuera, pero no de fiesta. Ser cercano con los fans, pero no confiar en nadie. Tener amigos dentro del vestuario, pero no grupitos. Mantener los pies en el suelo, aunque cobre veinte millones de euros más publicidad.
Todo mientras defiende un estilo de juego, pero ganar igual. Que no vale con jugar bien: hay que jugar bien, ganar bien y caer bien. Si falla cualquiera de los tres, llega el juicio final.
En el fondo, lo que se pide es un milagro: un futbolista que sea humano sin mostrarlo, un artista sin ego, un competidor sin rabia, un ídolo sin historia y un trabajador sin descanso. Un híbrido imposible entre Iniesta, Stoichkov y un telepredicador.
Y mientras tanto, los mismos que le exigen equilibrio emocional desde el sofá están tuiteando espuma por la boca porque un chico de 18 años ha dicho que el árbitro fue injusto, o porque se crece ante un rival que están intentando por todos los medios destrozarle la carrera.
Quizás el problema no sea que los jugadores sean imperfectos, sino que los aficionados queremos que sean dioses y humanos a la vez.
El futbolista perfecto del Barça no existe. Pero tranquilos: cada domingo seguiremos exigiendo que todos sean un caballero en rueda de prensa, un guerrero en el campo y un amigo en el vestuario.