Oh, escuchen la historia del gran Marcos radiante,
bronceado de playa, cerebro distante.
En la banda corría, veloz como el viento,
aunque siempre llegaba un pelín… al reviento.
Decía con fuerza: “¡Los virus no existen!”,
mientras al esférico sus tacos resisten.
Un alcornoque noble, de piel acanelada,
con neurona perdida y frente soleada.
Cuando el míster gritaba: “¡Defiende, mendrugo!”,
él subía la banda… y olvidaba el verdugo.
Un cenutrio entrañable, figura risueña,
que marca al contrario… si el contrario se empeña.
La grada lo mira: “¡Ay, pobre zoquete!”,
se barre a sí mismo y a veces se mete.
Con cara de anuncio, sonrisa de playa,
parece un modelo… de pura papaya.
Le dicen tarugo, le llaman pazguato,
él sigue posando: “¡Qué guapo, qué guapo!”.
El sol lo bendice, la táctica no,
un cantamañanas que sueña en Balón de Oro.
Mas nadie lo odia, pues tiene un encanto,
ser bobalicón con orgullo y con manto.
Que siga en la banda, tostado, inconsciente,
nuestro patanazo simpático y valiente.
Así se recuerda al lateral brillante,
un sonso dorado, bufón deslumbrante.
Que el mundo lo ría, que nunca se ofenda,
pues Marcos, el lelo, jamás se enmienda.