Cada cierto tiempo aparece un talento descomunal que parece destinado a marcar una época. Y en el Barça, en los últimos años, hemos visto una generación irrepetible: Pedri, Ansu Fati, Gavi, Balde, Yamal… Todos ellos debutaron siendo prácticamente niños y, casi de inmediato, se convirtieron en titulares indiscutibles tanto en su club como en la selección. Un sueño para cualquier aficionado, pero una condena para sus cuerpos.
El resultado está a la vista: Pedri ha encadenado tres temporadas lesionado después de jugar casi 70 partidos, incluyendo Eurocopa y Juegos Olímpicos, en un solo año. Ansu Fati pasó de ser la gran esperanza a una pesadilla de operaciones de rodilla. Gavi, que ya había sufrido un cruzado, ha tenido que volver a pasar por quirófano para reparar su menisco. Balde no ha encadenado una temporada completa sano desde que llegó al primer equipo. Y el último caso, el más sangrante, es Yamal: forzado por el seleccionador a jugar partidos intrascendentes infiltrado, sin entrenar durante días, hasta que su cuerpo dijo basta y cayó lesionado.
No hablamos de mala suerte, hablamos de un patrón. Estos jugadores no solo compiten al máximo nivel cada tres días, sino que lo hacen en una etapa de desarrollo físico clave. A los 17, 18 o 19 años, músculos, huesos y ligamentos todavía están en proceso de maduración. La exigencia física del fútbol moderno —presión constante, cambios de ritmo brutales, velocidad explosiva— es devastadora para un cuerpo que no ha terminado de fortalecerse. El resultado es inevitable: lesiones graves, reincidencias y carreras que pierden años de esplendor.
Parte del problema está en la voracidad de todos los actores implicados. El club necesita resultados inmediatos, la selección quiere presumir de su nueva estrella y el jugador, con la ambición de comerse el mundo, nunca dirá que no. Nadie tiene incentivos reales para protegerle. El caso de Yamal, infiltrado para dos partidos irrelevantes, es la prueba más clara: el ego del seleccionador pesa más que la salud de un chico de 17 años.
Esto no tiene por qué ser así. Igual que existen leyes que limitan la carga laboral de los menores de edad, el fútbol necesita una regulación que ponga freno a este abuso. Algunas medidas posibles:
- Prohibir que jugadores menores de 20 años disputen más de un número determinado de minutos por temporada, sumando club y selección (obviamente con prioridad de quien le paga).
- Impedir por norma que un jugador sub-20 sea convocado para partidos amistosos o clasificatorios de bajo riesgo con la selección absoluta.
- Prohibido disputar más de un torneo el mismo año (se acabó JJOO + Eurocopa)
- Establecer un comité médico independiente con poder para vetar convocatorias si el jugador no está en condiciones.
El fútbol vive de la magia de estos talentos, pero está convirtiendo a sus joyas en productos desechables. Si no se actúa ya, seguiremos viendo carreras que prometían marcar una década terminarse antes de los 25. No es solo cuestión de proteger a Yamal, Gavi o Pedri. Es cuestión de proteger el futuro del fútbol.