Categories
Yoyalodije

Johan Cruyff

En ocasiones el fútbol puede parecernos algo prosaico, si analizamos todo el tiempo que le dedicamos o si nos paramos a pensar en lo acalorado de nuestros debates. O en los cabreos que nos provoca. O también en las satisfacciones que nos llevan directamente al llanto. Y todo por unos señores jugando con una pelota.

Figuras como la de Johan nos muestran que de prosaico no tiene nada. El futbol, algún fútbol, el futbol de Johan, nos hace felices. ¿Y qué hay más importante para una persona que la felicidad? Nada. La felicidad no es prosaica; la felicidad es algo elevado, transcendental.

El fútbol, cuando pasaba por los pies y la cabeza de Johan, antes, o ahora por Leo, no es deporte. Es arte. Y esto no es una hipérbole. Bernini esculpía sus obras para realizarse y para que todo aquel que pose sus ojos sobre ellas las disfrute desde sus entrañas. Eso hace Leo en cada partido. Eso ha hecho Johan toda su vida. Arte. Inspiración. Leyenda.

Desde la distancia Johan siempre me pareció una persona feliz, satisfecha con lo que hacía y con lo que era. Pero Johan, sobre todo, fue alguien que nos hizo felices a los demás. Hizo felices a los que lo vieron jugar; hizo feliz a un país aunque se quedaron a las puertas de la gloria. Hizo feliz al pueblo culé porque nos transportó de la resignación a la excelencia. Éramos un club oscuro acostumbrado a la fatalidad, como lo era aquella triste Catalunya que acogió al Flaco. Ahora, somos El Fútbol. Fue un grande hasta para conseguir ponerle a su hijo Jordi. Sólo un genio logra que el primer Jordi en 40 años en el país de los Jordis sea hijo de un neerlandés.

Excelencia es ganar todo lo que hemos ganado desde que Johan se sentó en nuestro banquillo, sí, pero excelencia es sobre todo saber que podemos mirar por encima del hombro a cualquier otro club del mundo por cómo lo ganamos. Y eso es puro Johan.

Un legado se puede valorar por su vertiente material. Nuestras vitrinas están llenas de esa materia. Un legado, sin embargo, se convierte en indeleble cuando lo más destacado es lo intangible. En los Países Bajos eso lo saben bien. Nadie sitúa a la Francia del 98 como un equipo de leyenda pero cualquier persona que haya perdido cinco minutos de su vida en disfrutar del fútbol coloca a la Naranja Mecánica en lo más alto de la Historia de los Mundiales.

Lo hizo con su país, y lo hizo con el Barça. Él y sus discípulos. Johan ya resucitó antes de morir haciéndose Pep, haciéndose Leo, haciéndose Busi. Haciéndose cada jugador que nos ha hecho disfrutar tanto en estas últimas décadas. Haciendo que el fútbol sea una cosa y el fútbol del Barça otra diferente.

Johan nos cambió, y lo hizo para siempre. Johan consiguió que seamos un club capaz de sobrevivir a plagas bíblicas en el palco, porque, incluso sin quererlo, o directamente buscando lo contrario, el poder magnético del Cruyffismo acaba acercando al club al camino verdadero.

Rust in vrede, mestre.

1458823889_071489_1458824645_noticia_normal_recorte1