Tengo que haceros una confesión: odio a los niños.
Bueno, el odio es un sentimiento muy fuerte, así que lo dejaré estar en que pocas cosas alteran tanto mi equilibrio como el tener alrededor a un ser humano entre los dos y los dieciocho (y subiendo) años de vida. Son molestos, impertinentes, te obligan a comportarte de manera distinta a la que sueles hacer y muchas veces vienen acompañados de un adulto igual de insoportable (o más) que el propio niño.
Así que tengo que confesar que desde un punto de vista totalmente egoísta, la medida de Alexandre me debería parecer cojonuda. Y sin embargo, no es así. No lo es porque a pesar de que mi mente es relativamente corta, me da como para comprender que para unos padres/abuelos, llevar a sus criaturas al Estadi es toda una gozada. Que a su vez, los chavales se lo pasan pipa y que para ellos es toda una experiencia. Y eso lo sé porque yo provengo de una familia nada futbolera y esa es una parte de mi infancia que me perdí, así que para mí supone una envidia tremenda ver a esos niños con cara de embobados en los estadios de fútbol. Sé, además, que no hay mejor manera de hacer barcelonismo que promover que los niños vivan estas experiencias (bueno, hay otra; tener un equipo de fútbol que juegue como Dios y encima gane… pero ese es otro tema que hoy no toca). Y sé, además, que es algo que se ha hecho desde la construcción de Les Corts y que forma ya parte de la tradición culé. Incluso, pese a que como ya digo mi mente no da para demasiado, también da para ver la tremenda hipocresía que supone el querer cobrar entrada a un crío poniendo como argumento la seguridad, a la vez que se promueve la vuelta de esos ‘nois molt macus’.
Lo acojonante del caso es que tantos y tantos descamisados seamos capaces de hacerlo, y sin embargo nuestra queridísima directiva haya vuelto a meter la zarpa. Y no sabéis el vértigo que me produce que, otra vez, los de siempre estén justificando sus diarreas con argumentos peregrinos.