Lo ocurrido la noche del 6 de mayo de 2009 en el estadio de Fulham Road pasará a la historia del barcelonismo como una de las mayores emociones vividas ante el televisor. La jugada la hemos repasado todos cientos de veces: el pase atrás de Messi y derechazo a la escuadra de Cech deben formar parte de un recuerdo glorioso que nadie debe empañar.
Quiero reivindicar en este post de hoy, en el día en que se vuelve a jugar una semifinal contra el Chelsea, que ese recuerdo pase sin mácula a nuestros hijos pues, en parte, y pese a recordar todos la emoción de ese día, no hemos conseguido disfrutarlo en su justa plenitud “gracias” a la burda e interesada contaminación recibida desde la meseta. Porque, desde que al constructor de odios le pusieron la alfombra roja para que presidiera el club de Concha Espina sin celebrar ni elecciones, una mezcla de odio y envidia se destila desde la presidencia, una mezcla que emulsionó y se condensó con la contratación del engreído portugués que ya tenía un plan perverso contra su peor enemigo desde antes incluso de ser contratado.
Y ese plan consistía y consiste en ensuciar uno detrás de otro los mejores momentos del barcelonismo, de tal modo que, cuando se recuerda al Chelsea, automáticamente y de forma inconsciente, se pronuncie el nombre de un colegiado noruego y, conforme pasan los años se cuenten cada vez más penaltis en el área barcelonista. Así, hará unas semanas una tertulia nocturna televisiva comprada por el gran manipulador, dedicó casi tres años después, un monográfico a repasar, una por una, las jugadas interesadamente seleccionadas sin que las que perjudicaran al Barça fueran ni tan siquiera nombradas.
De hecho, el entrenador del Real Madrid no tuvo ningún reparo el año pasado tras el 0-2 del Bernabéu en las semifinales de Champions , en una de las ruedas de prensa más vergonzosas de la historia del fútbol, y para tapar sus propios miedos y limitaciones futbolísticas, en recordar de nuevo esa semifinal de Stamford Bridge añadiendo que a él le daría verguenza haber ganado una Champions así. No es que tenga ganas de añadir más bilis a la parroquia pero no está de más recordar de vez en cuando hasta qué extremos se ha llegado desde el madridismo para intentar cambiar una realidad que les corroe.
Porque la verdad es que la noche de Stamford Bridge todavía la tiene metida todo el madridismo donde la espalda pierde su digno nombre y todo el obrevismo que se ha esputado desde entonces no es más que una evidente prueba de lo doloroso que sigue siendo ese recuerdo, el recuerdo del inicio de la era más grande que nadie ha visto en un equipo de fútbol y que, tristemente para ellos, es su gran rival. Ni la generosidad de Iniesta que fue capaz de regalar un Campeonato del Mundo a una pandilla de casposos perdedores ha sido suficiente para que le perdonasen. El madridismo no puede redimir a Iniesta porque es el símbolo de su desgracia.
Por ello, es nuestra obligación no hablar nunca más de Ovrebo ni de los penaltis interesados ni de sus excusas de perdedores que solo ellos quieren comprar. El “iniestazo” debe pasar limpio a las generaciones futuras con la voz de Puyal “Don Andrés, Don Andrés…” y la imagen del manchego quitándose la camiseta amarilla como pasó el Dream Team en la Final de Wembley con Johan tropezando con la valla de publicidad y cuando, dentro de 30 años, nuestros hijos vayan al Museu del Barça con los propios recuerden la noche del 6 de mayo de 2009 como la del nacimiento de una era grandiosa y tan fructífera que espero que entonces todavía perdure.