HERCULES 0 – BARÇA 3
Un Barça terrenal también puede ser un buen Barça. No tendrá, quizás, el glamour y el cegador brillo que irradia la excelencia del equipo en sus mejores galas pero nos muestra algunos valores más básicos, más cercanos al currante real, que igualmente ponen: trabajo, sacrificio y persistencia puestos al servicio de un ente eficiente en sus productividad, dignificador de la faena que realiza. Algo así fue la victoria blaugrana de ayer, una victoria lograda desde el trabajo más digno, la insistencia más absoluta, el mérito más labrado, el reconocimiento sincero más buscado, la paciencia más infinita. El rodillo Barça insensibiliza al espectador de la dificultad de cualquier envite, tal es la superioridad del equipo que provoca con sus victorias rápidas, fáciles y felices que ni sus protagonistas tengan tiempo de ensuciarse ni de sudar ni el espectador de valorar en su justa medida el esfuerzo realizado. Ayer no fue el caso. El Barça persistió y sudó hasta ver recompensado, algo magro, el fruto de su esfuerzo. Hasta que el legendario Pedro, el peón más excelso de este equipo, no abrió el marcador al filo de la media parte, en el 42 de partido, viejos fantasmas rondaron por las mentes de los culés más experimentados, preguntándose si esta gente alicantina nos la volverían a hacer otra vez. Previamente, sobre el terreno de juego, un Barça controlador, dominador de la situación, pero más impreciso de lo habitual en fase ofensiva, con la conexión Xavi, Iniesta y Messi gripada, sin la fiabilidad mecánica exigible ni la claridad mental necesaria para decidir en el último pase o el control previo a la acción definitiva; y un Hércules exigente y trabajador que hizo de la fase defensiva su mejor virtud, primoroso en su presión y eficaz en su objetivo de dificultar una fácil elaboración blaugrana. Hubo aproximaciones culés al área rival y alguna que otra oportunidad de gol, aunque la más clara fuera de Trezeguet en área blaugrana y con la portería para él solo, en la única desconexión en fase defensiva culé en todo el partido, ayer excelente, intimidante en su invulnerabilidad. El gol de Pedro, ejemplo de persistencia colectiva en la búsqueda de soluciones de cara a gol ante la férrea disposición alicantina, dio tranquilidad al Barça, que ya en la segunda mitad, jugó más liberado y sin el punto de angustia que parecía atenazar a los de Pep por la incomodidad del partido. Hubo en los segundos 45 minutos un Barça aun más dominador y reconocible y que mejoró enormemente las prestaciones de su juego gracias a que los pequeños se activaron, en especial Xavi, que dio todo un recital. Las aproximaciones al área del Hércules fueron más rápidas, precisas y fluidas, las ocasiones más claras, pero Messi, empeñado en culminar todos los ataques blaugrana, parecía tener el día ausente. El Hércules siguió con su lucha, pero ni tan convencido ni efectivo, con el cansancio haciendo mella en sus futbolistas, y sobrevivió con dignidad para mantener la incertidumbre del marcador. Amparado en la tranquilidad del control absoluto del partido, pero viviendo en zona de riesgo ante un posible accidente no deseable, el Barça no paró de insistir y de buscar el gol que diera sentencia definitiva al partido y borrara angustias en el sufridor culé por la precariedad del resultado. Messi se resarció de su falta de aciertos previos para abultar el marcador en el 88 y 89 de juego, en una bendita obsesión que le hizo firmar un primer gol de crack y rematar a placer, a portería vacía, una asistencia de Alves en el segundo. Una sentencia tardía que imprimió carácter, mérito y autoridad a una victoria llena de constancia, persistencia, trabajo, humildad y dignidad proletaria. En definitiva, la victoria más justa e igualitaria del Barça más obrero y rojo conocido.