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Crónica

La Liga para quien la trabaja

Hubo un tiempo en el que el Barça necesitaba sacar lo mejor de su artillería para doblegar al Real Madrid: de los Romario, Ronaldo, Rivaldo a los Messi-Neymar-Luis Suarez pasando por el dúo Ronaldinho-Etoo. Pero en la última década, pese a que el Madrid ha acomplejado al resto de Europa con sus recientes Champions, a nivel local ese complejo lo tienen los blancos con los azulgrana. Ya roza lo patológico: el Barça puede jugar sin Messi y golear a los blancos en el Bernabéu, puede ver a Mathieu, Jeffren, Alexis Sánchez, Aleix Vidal o Ferrán Torres convertidos en goleadores de los Clásicos, optar por disfrazarse de equipo pequeño y volver a ganar a domicilio… Y hoy mismo, recurrir a dos jornaleros de la gloria como Sergi Tormento y Kessié para volver a llevarse los tres puntos. En el día del padre, en Argentina dirían que el Barça tiene al Madrid de hijo. No es casual que en sus últimas Champions, los blancos nunca se cruzaran con el único equipo europeo que no le teme sino que le acompleja. La historia, probablemente, habría sido otra.

Y a ese complejo, hay que sumarle que el Barça se está trabajando el título de liga más que el Real Madrid. Porque lo necesita mucho más. Y se notó. Podían especular los locales con un empate que le favorecía en las matemáticas y en las estadísticas, pero buscaron los tres puntos desde el principio. En ambas partes. Y hasta en ambos descuentos. No alteró su idea ni su planteamiento el tempranero gol en contra, cuando Ficticius–otrora Reboticius–volvió a sus orígenes: se hace difícil recordar en la historia del fútbol un jugador que haya generado más goles gracias a rebotes contrarios que el brasileño.

No perdieron la calma los de Xavi que siguieron agobiando a los blancos con su empuje, encabezado por Gavi, Raphinha y De Jong. Una alta presión y un mayor control de balón a los que les faltaba la magia del pase final. Pero cual gota malaya, caían las ocasiones azulgranas, y donde no llegaba Militao o Carvajal, llegaba casi siempre Courtois. Se quedó en “casi” porque justo antes del descanso solo pudo ver como Sergi Tormento cazaba un rechace de la defensa blanca y ponía el balón lejos de su alcance. Un empate que volvía a poner el partido exactamente donde había comenzado. Del lado azulgrana.

Y que siguió por el mismo rumbo en la segunda parte. Más ganas y más ocasiones culés pero un marcador ajustado que permitía al fantasma blanco seguir rondando por el campo. El carrusel de cambios de Ancelotti –hasta cinco- cambió ligeramente el guion cuando su equipo dio el paso adelante que le pedía poder seguir soñando con el campeonato. Y la emoción estuvo a punto de volver a la liga cuando Asensio marcó en su primer contacto con el balón. En otros tiempos, tal vez aquellos de Plaza en los que el Real Madrid ganó 11 ligas de 13 –un dato estadístico nada sospechoso– el gol habría subido, sin duda, al marcador.Pero ahora,el VAR no está por la labor y dictaminó la posición adelantada. Todo ello, pese a las dudas tecnológicas de Ancelotti, a quien la leyenda de no quejarse nunca hace rato que le abandonó.

Los diez minutos finales, en el limbo de la locura futbolística, llevaron a ambos equipos al despiporre ofensivo. Entregados a la búsqueda del gol que sentenciase el título o lo revitalizase, finalmente cayó del lado azulgrana. El hermano malo de Lewandoski, el que está jugando en el Barça desde el final del Mundial –el original se quedó de vacaciones en Qatar– se sacó de la chistera su mejor acción del partido, taconeando al incansable Balde para que éste asistiese a Kessie y sentenciase la liga con el final más alegórico: con un gol de un jugador voluntarioso y rocoso, acaso la mejor representación de este Barça de Xavi.