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Yoyalodije

El pelíkano

Saben? Todo esto de hacienda me ha recordado a algo que me ocurrió hace unos años.

Iba yo disfrutando de un maravilloso paseo por el puerto de Bermeo cuando de repente se posó a unos metros un majestuoso pelikano. Tras estar un rato observándolo con incredulidad el cabrón de él empezó a perseguirme agitando las alas y a graznándome. Preso de rabia y sin poder contener mis impulsos cogí una piña y se la metí en el culo.

Días más tarde después de aquello, estando ya tranquilamente en casa, sonó el timbre la puerta. Al abrir me encontré frente a una pareja de ertzainas. Traían una citación judicial a mi nombre. Alguien había presenciado mi agresión al pelikano y había decidido denunciarme por maltrato animal (y vegetal)

El día de la citación, ya en los pasillos del juzgado, nos encontramos con un funcionario conocido de mi pareja. Nos comentó que fuesemos preparando el dinero de la multa, que con el juez que me había tocado había poco que hacer. A parte de ser un merengón de cuidado y amigo del presidente de la peña madridista del pueblo, no podía ni oler a los catalanes. Por aquel entonces nuestro equipo arrasaba con Pep y servidor solía colgar una bandera blaugrana y otra estelada en el balcón.

Cuando por fin nos hicieron pasar a la sala, a parte del famoso juez, nos encontramos con la persona que había presentado la denuncia. Era el farmaceútico de mi barrio, que me la tenía jurada desde aquel día estando de guardia le desperté a las 4 de la mañana para comprarle un cepillo de dientes. Pese a explicarle que se trataba de un caso de extrema urgencia (esa noche había cenado txuletón de buey y tenía los dientes llenos de paluegos) él no lo entendió así. Sospecho que desde entonces me cogió manía o algo. Cualquier receta que le llevase, él siempre interpretaba el garabato ininteligibledel médico como “Dulcolaxo”.

Por si fuera poco, el abogado encargado de mi defensa no se presentó. Me había llamado minutos antes explicándome que no había de qué preocuparse, que no había obrado mal y que no me iban a empapelar de ninguna manera. De fondo me pareció oir un ruido de secador y conversaciones sobre revistas del corazón.

Ante tal panorama no tuve otra que expresar mi airosa indignación ante todo aquel proceso. Ante un juez claramente parcial y anticatalista, un testigo que me la tenía jurada y una alarmante falta de pruebas (la piña jamás fue encontrada).

Pues bien. El pelikano asintió y me dió la razón.