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UN BUCEL, DOS BULCES, TRES BUCELES (II)

Segundo Bulce:  Los microciclos (Ese misterio insondable y profundo)

Cualquiera que se haya interesado por la práctica de un deporte, está familiarizado con “entrenar para rendir”, con “se compite como se entrena” y otros “mantras” que tienen que ver con la necesidad de un entrenamiento, adecuado e intenso, para poder destacar en la alta competición.
La base de un buen entrenamiento está en el conocimiento, lo mas exhaustivo posible, de la fisiología del deportista, y de los requerimientos exigidos por el deporte que practica.

A medida que los conocimientos en Fisiología y Medicina Deportiva han avanzado, la primera parte de la premisa se ha ido llenando de contenido, y se han podido diseñar métodos nuevos capaces de incrementar, de manera notable, los logros del deportista. A la par, las características propias de cada deporte han exigido, a los entrenadores, la adaptación de los conocimientos fisiológicos a la solución de problemas específicos. Y así, sucesivamente, se han podido mejorar registros y resultados que en épocas anteriores parecieron “estratosféricos”.

En cualquier caso, la base de todo está en el metabolismo del deportista. La configuración genética personal, unida a la educación y el desarrollo seguido terminan en un “tipo” definido y propio de cada uno. Unos son mejores para el Tenis, otros para la Natación, otros para el Ciclismo, etc. etc. Pero, en todos los casos, hace falta “adecuar” el metabolismo del deportista a las exigencias del deporte que se practica. Un ciclista de carretera requiere un tipo de constitución física y de metabolismo distintos de lo requerido para pista, por poner un ejemplo.

Y lo mas importante de todo es que para que “la cosa funcione” hace falta el combustible universal de los seres vivos, el ATP.
El ATP es para el metabolismo, como la gasolina para los coches. Toda la energía que contienen los alimentos, de la clase que sean, ha de ser convertida en ATP. Y, en el proceso, se forman toda una serie de metabolitos, unos malos y otros peores, que el organismo ha de eliminar, porque su acumulación resulta perjudicial.

Una alimentación equilibrada, permite obtener el máximo de ATP, con el mínimo de compuestos no deseados.
Obviamente, la competición deportiva de máximo nivel requiere que el deportista consuma cantidades ingentes de ATP. Y la consecuencia es que su organismo acumula muchos de los compuestos “no deseados” de los que hablaba mas arriba, que han de ser eliminados, y, el ATP repuesto.

Siguiendo con el ejemplo del automóvil, la alimentación permite “llenar el depósito”, mientras que el ejercicio provoca la “combustión” del ATP. La diferencia estriba en que, mientras en el coche los deshechos se van por el tubo de escape, en el organismo los metabolitos han de ser procesados, por hígado y riñones, antes de su eliminación por la orina. Y en muchos casos la eliminación consume, también, ATP.

Y a partir de estas premisas básicas se han de “construir” los programas de entrenamiento, en función de las necesidades específicas del deporte que se desea, y de las capacidades orgánicas del/de los deportista/s que lo practican.

De todo lo anterior, ya debe resultar evidente, para el lector perspicaz, que el “estado de forma óptimo” de un deportista de élite es tan difícil de conseguir como la puesta a punto de un bólido de fórmula 1. Y que, además, variará con el tiempo, con la intensidad y la duración de los esfuerzos realizados. Es decir se ha de cuidar no sólo la disponibilidad de ATP para la práctica directa del deporte, sino que además, se ha de disponer del necesario para la eliminación de los compuestos metabólicos no deseados que se acumulan, precisamente, como consecuencia de esa práctica.

Y para acabar de complicarlo, es necesario ajustar los parámetros psicológicos del deportista para que se “sienta en forma”. Ya que la percepción que tenga el deportista de “su propio funcionamiento” influye, decisivamente, en su rendimiento. Todo ello sin olvidar las alteraciones debidas a golpes, torceduras, inflamaciones articulares varias, infecciones etc. que también requieren ATP para su solución satisfactoria.

Resulta obvio, por tanto, que la forma física del deportista va cambiando, CICLICAMENTE, con el tiempo y que no se puede mantener, indefinidamente, en el nivel máximo.

El secreto de los buenos entrenadores-preparadores está en programar adecuadamente los entrenamientos para que los máximos de forma coincidan con los momentos de máxima exigencia para sus deportistas.

Si hablamos de un deporte de equipo, el problema se complica porque se ha de conseguir que todos, o la mayoría, de los componentes de la plantilla tengan sus picos de forma de manera armonizada, pues en caso contrario se resentirá el juego del equipo.
Luego, los “expertos” emplearán su propio lenguaje críptico, y definirán los “ciclos de carga” y los “ciclos de expansión” y los “ciclos de rendimiento” etc. para definir, a su manera, los altos y bajos de la preparación del deportista, que vienen impuestos por la naturaleza básica de su metabolismo.

Gashina de piel: Lo bien que armonizan estos ciclos el equipo técnico y médico del FC Barcelona.
Hay que sejir trafajando: Para que estos microciclos influyan lo menos posible en la competición, y se consigan, otra vez, todos los títulos