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Nada es lo que parece

Ganan Xavi e Iniesta (el Barça es otra cosa) en Alicante, palma Mourinho ante los camachitos y el entorno blanco lo tiene claro: la Liga está perdida. No se lo crean. El Madrid es el Madrid, con lo mucho que llora y mama y lo poco que juega y marca, pero sigue siendo el Madrid. Ese que apenas se ha dejado puntos en cinco de los 21 partidos disputados, el único local infalible con 10 victorias en 10 partidos. Ahí fundamenta Mourinho, que no pierde en casa desde el Oporto-Beira Mar de 2002, la resistencia del mejor de los sumisos a ese rondo mecánico que devasta todo lo que encuentra a golpe de toque y desmarque, de magia y andamio, de Messi y Pedro, de Xavi e Iniesta.

No acepten la milonga de que la Liga está decidida. En menos que marca Ronaldo el campeonato se pone en 4 o menos puntos. Puede que hasta no haga falta esperar mucho para apreciar el valor de la distancia. En siete días, palomitas e ibuprofeno para el imprevisible Barça-Atlético. ¿Alguien puede asegurar que el esquizofrénico Atlético –sí sí, el de Perea y Ujfalusi, pero también el de De Gea y el Kun- no vaya a dar un susto al campeón a ritmo de contras letales? Puede que sí, pero no me cuenten entre ellos. Sólo falta que el Barça baje el pistón de la extramotivación para que los partidos se compliquen, para que lo plácidos domingos se conviertan en jodidos lunes.

La cosa no acaba aquí, sino que apenas comienza. Después visita al Molinón, con la tensión y las suspicacias disparadas, y en una semana se recibe al Athletic, que ayer destrozó colchones y ya sacó un empate copero en el Camp Nou. Y luego agárrense, que las curvas pican hacia arriba. Dos visitas consecutivas a Mallorca y Sevilla dan el pistoletazo de salida a un mes que vale una temporada, a una Vuelta a España de las de antes, de las de Perico en el Orbea, el Ford Sierrra abriendo carrera y en los altavoces el Me estoy volviendo loco. Cómo para no estarlo! Tras los repechos a domicilio, la etapa plana del Zaragoza para afrontar el exigente alto del Pizjuán, otro peligroso terreno rompepiernas en casa ante el Getafe –que ya pescara en la temporada del (¿primer?) triplete-, para acabar con la etapa etapa reina con final en el alto de Villareal, un puerto fuera de categoría. Hoy más que nunca.

Por no hablar del doble clásico en tres días, de los cruces de Champions que asoman la cabeza en medio de las cuestas de febrero y abril, de la sobrecarga de partidos en las piernas de los jugadores y bla bla bla. Todo eso son cuentos, no ya de la lechera sino con mucha mala leche. La realidad empieza a ser otra, la está escribiendo un equipo de leyenda guionizado y dirigido desde la inteligente discreción y la está padeciendo la mayor colección de caprichos que se haya puesto jamás al servicio de un ruidoso pastor al que hoy han retratado.

La realidad también dice que, ahora sí, el mejor equipo anda empecinado en demostrarlo semana a semana. Tres años después de la irrupción del guardiolismo no hay ni rastro de la autocomplacencia que abortó antes de tiempo la primera intentona de dinastía, hay silencio en Vilafranca, nada de inadaptados haciéndose el sueco. Todo es calma y fútbol en el Barça. El campeón sigue con hambre y al aspirante se le atraganta la chistorra. Pese a ello Mou dice no reprochar nada a los suyos, pero los suyos sí empiezan ya a acumular motivos para el reproche.

Les faltó a los suyos (jugadores) esa maestría táctica de la que tanto se jactan los palmeros para poder desmontar el anunciado brío navarro. Les sobró a los suyos (superiores) las entrevistas en O Jogo y The Sun, en las que desairaba a Valdano y al organigrama blanco y anunciaba su deseo de volver a Inglaterra. Les aguó el domingo a los suyos (aficionados) con una derrota en Pamplona que ha dejado a Cristiano Ronaldo en las portadas de todos los periódicos y a él de rositas en el avión.

Y es que para muchos, tal como proclama Roncero, Mou sigue siendo el clavo ardiendo. ¿Hasta cuando?