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Crónica

Musho Betis pero pasa el Barça

BETIS 3 – BARÇA 1

Un portaaviones bético contra una patera blaugrana. Esos fueron los protagonistas del duelo de ayer noche en el recuperado nomenclátor del Benito Villamarín, una vez erradicado todo vestigio casposo que recuerde a Ruiz de Lopera. Derrota incuestionable del Barça, condicionada por el cómodo colchón de seguridad del 5 a 0 favorable a los blaugrana en el partido de ida, sí, pero derrota al fin y al cabo. A un equipo insaciable e inconformista al que no le gusta perder ni a las chapas y a una afición acostumbrada al morro fino de la victoria, la derrota de ayer dolió, no tanto quizás por inesperada, improbable o irreversible (el total de la eliminatoria quedó en un 6 a 3 culé) sino por la imagen abúlica y deplorable que ofreció el equipo. Se cumplió el objetivo exigido, pasar a semifinales, pero la mancha por el cómo de la derrota emborrona, ni que sea por unos días, el expediente de la excelencia del Barça. Nada que nuestros chicos, si realmente quedaron dolidos por la derrota, si tomaron nota de la lección de ayer, puedan revertir.

Y un gran Betis sobre el terreno de juego, hay que decirlo. Intenso, directo, incansable y orgulloso, superando a todo un Barça cuando quiso y como quiso en lo futbolístico, poderoso e inquebrantable en su fortaleza cuando las fuerzas le acompañaron, y cuando no, revitalizado por su fe y sus ganas de agradar, empeñado en no dejar escapar una histórica y merecida victoria contra el mejor equipo del planeta. Musho Betis ayer en Sevilla, regalándose un homenaje y jugando a fútbol como niños pequeños en un patio de escuela o en un descampado de barrio, que liberados de cualquier presión por pasar la eliminatoria solo tuvieron como único fin divertirse como enanos. Y a fe que lo consiguieron. Ellos pusieron el romanticismo en la eliminatoria aunque quien jugará contra el Almería será un Barça ajeno a los cuentos de hadas.

El Barça se presentó en el coliseo bético como si aun estuviera de viaje, con sus futbolistas enganchados a sus i-pods o a sus reproductores de DVD: desconectados totalmente. El sopapo que representó el 2 a 0 en contra a los siete minutos de juego no hizo más que agravar la situación y tornarla irrecuperable. Ni hubo Barça ni partido para los blaugrana, que se limitaron a sobrevivir en un estado de shock tranquilo, confiados en que la eliminatoria no se escaparía a pesar de la derrota inevitable. Tanto colectiva como individualmente, algunos más que otros, el equipo fue un drama: los errores y las faltas de atención y coordinación se acentuaron entre tanta mediocridad, como si expresamente quisieran resaltar en la nulidad. El pase a semifinales nunca peligró a pesar de que el equipo se columpió y el Betis, en la medida de su potencial, arrasó. Fue ayer un Barça mayoritariamente de suplentes – sólo Piqué, Xavi y Messi como estandartes del 11 de gala en el equipo titular – , faltado de actitud y de la exigible tensión competitiva. Como estas virtudes son intrínsecas en el Barça de Pep Guardiola, hay que reseñarlas cuando, como en el caso de ayer, y aunque sólo sea una vez, no se dan. Ayer perdió el Barça, pero los que perdieron más quizás fueron determinados futbolistas de rol secundario que desaprovecharon una buena oportunidad para reivindicarse, en un partido aparentemente fácil y sin presión, y ante un gran rival que hubiera dignificado su labor. Para ser justos no fue la noche de ningún futbolista del Barça pero menos lo fue para gente como Adriano, Milito, Keita y Bojan, futbolistas obligados por sus circunstancias a dar un paso adelante en su inconformista rebelión y que ayer quedaron lastimosamente retratados.

Un Barça sin intensidad, sin concentración, es un Barça desconocido, vulgar, vulnerable. La defensa hizo aguas ante las embestidas entusiastas béticas, el centro del campo se ahogó en su misión de generar superioridad y fútbol, además de mostrar carencias en labores defensivas, el ataque se estrelló con su inoperante falta de determinación. Hasta Xavi y Messi se perdieron en la mediocridad general, invisibles en su rol, ausentes sobre el terreno de juego, a pesar de que una conexión de ambos propició un gol de bandera del argentino. Fue un instante de luz, de esperanza en un punto de inflexión que pudiera cambiar la dinámica del partido hacia un maquillaje más acorde a la dignidad y grandeza del Barça. Sólo fue eso, un nítido pero estéril instante. Messi impuso el retorno al perfil bajo del equipo, a su desidia auto impuesta, al marrar un penalti de forma estrepitosa al inicio de la segunda parte. Volvió la autocomplacencia y el dejar que no pasara nada por inacción hasta el final del partido. Impropio bagaje para todo un Barça superior. Y otra luz que dejó el encuentro, ya puestos a agarrarnos a sensaciones esperanzadoras en la oscuridad: Afellay. Mostró descaro, detalles técnicos, buena actitud y ganas de gustar e integrarse en lo que es la maquinaria perfecta del Barça que ayer no fue, a pesar que en las lides de la asociación y la presión – le pierde la estética de la acción – le falte aún mejorar. Será la efervescencia del recién llegado que, a pesar de la lógica intimidación, ambiciona tenerlo todo por demostrar, aún no contaminado por la resignación y el acomodo de quienes, quizás, peligrosamente, asoman por la vuelta de todo.