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Crónica

Cortos de gol

BARÇA 2 – FC COPENHAGUE 0

¿Cómo convertir un partido cómodo y con expectativas felices en un festival del horror? Véase de nuevo (si es que quedan ganas) el partido vivido en el Camp Nou para comprobar lo que no tendría que ser nunca el Barça. ¿Causas principales? La alarmante falta de gol y la enojosa falta de tensión y ambición en el desempeño de sus funciones que vulgarizó a unos tipos que jugaron con una desgana impropia de un equipo campeón. Cortos de gol y despersonalización: la antesala del horror.

Y eso que el partido empezó moderadamente bien si, benévolos, dejamos la exigencia para otros días: un Barça correcto, que no excelente, y un latigazo de Messi a los 19 minutos de juego perforando la red rival, hacían presagiar, por las ganas de la culerada, una noche entretenida y generosa en goles. Un Barça sin necesidad de usar su máxima potencia se bastó y sobró para controlar a un Copenhague que olvidó su rocosa fortaleza en el vestuario y se refugió a verlas venir esperando que la tunda no fuera excesivamente cruel. La endeblez danesa hizo confiar a los chicos de Pep, que, de forma académica, respetaron los cánones de su juego irrenunciable – presión, elaboración, búsqueda de espacios, velocidad del balón…- aunque con intensidad variable y precisión algo desviada. El Barça hizo para gustar en eso que tanto sabe hacer pero se perdió en su ineficiencia. Hubo (y van…) larguero de Villa, gol anulado y otros remates suyos marrados. Y Maxwell y Messi también tuvieron opciones. Pero como últimamente (y de forma ya preocupante) suele el Barça, dejó huérfanas ocasiones de gol, dejando un marcador abierto que ya huele – ¿merecidamente?- a tradición en el Estadi. Cortos de gol. Buen fundamento futbolístico para pocos réditos en el marcador es el negocio en el cual nunca se metería Steve Jobs.

Quedaba una segunda mitad para enmendar la plana y prevenir histerias. Pero, incomprensiblemente, el Barça no apareció. En su lugar saltó sobre el nuevo césped un simulacro de equipo sin tensión competitiva alguna, desganado, desmotivado y desnaturalizado, que desgranó un supuesto fútbol basado en un crescendo de errores, imprecisiones y despropósitos y que convirtió la ventaja del marcador en una incertidumbre innecesaria. Fútbol impulsivo sin ningún control, exceso de individualismo, errores en el pase, la conducción o la colocación, incapacidad colectiva, falta de fuelle, menor presión…Tanto se olvidó el Barça de ser quien es, que el Copenhague heló la sangre al respetable en una doble ocasión (gracias travesaño, gracias Santin) y una posterior llegada en rápido contraataque que Alves salvó providencialmente. En este tramo de partido, ni las (pocas) ocasiones blaugranas se gozaron, tal era el estado de shock de la parroquia ante el papel desnaturalizado y estresado del equipo, incapaz de hacer nada bien, perdido en su confusión e impotencia. A falta del espectáculo fulguroso del Barça, esta vez el espectáculo lo puso el entrenador del equipo danés, histrionismo hecho personaje fuera del banquillo. El gol de Messi en el descuento que dulcificó el resultado final fue una metáfora perfecta de esos segundos 45 minutos acontecidos: un gol de desgana, parido desde la imprecisión y el error y que entró hastiado sin merecerlo. Maquillaje malo incapaz de esconder el inoportuno sarpullido de tez.

Un pobre Barça, en definitiva, en un horror de partido – o al menos en uno de sus tramos – que aun situando al equipo líder de grupo en Champions nos deja sensaciones extrañas y desconcertantes que, quizás, ya no podamos atribuir a la casualidad o al mal azar. Puestos a positivizar, destacar a Mascherano, espléndido tanto en el corte, recuperación y distribución, como el mejor del partido: dejó de ser el Gafecito para volver a ser el Jefecito. Porqué, quizás, el gafe ahora es de Villa. Si es que no ha pillado algo peor. Lo suyo es de expediente para Íker Jiménez.