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Crónica

Se saben campeones

El partido comenzó con diez minutos de susto. Mientras el Barça aún se asentaba sobre el terreno de juego, Nilmar pudo marcar dos goles (mejor no imaginar el escenario que se hubiera encontrado el Barça de confirmarse la tragedia). Después, monólogo blaugrana durante los treinta y cinco minutos de juego restantes de la primera parte. Monólogo fácil que dio como resultado tres goles que sentenciaron el partido de un Barça que mostró recuperación anímica y mental tras la eliminación de Champions y que lució las señas de identidad que han hecho a este equipo grande, reconocible y referente. Los de Guardiola se adueñaron el partido desde la presión al rival, desconectando así la táctica del Vila-real de forzar pérdidas de balón blaugranas para salir con velocidad y esperar su oportunidad en contras, y la verdad que se sintieron cómodos una vez neutralizado su adversario (de hecho, en la primera mitad, el Vila-real fue un equipo vulgarizado, que ni se atrevió a dar un paso adelante cuando la maquinaria blaugrana se engrasó). Desde la presión y la intensidad que sacó del partido a los amarillos, el Barça ejecutó con elaboración paciente y posesión del balón, con la claridad de ideas de tener un plan y saberlo llevar acorde a las circunstancias del encuentro, contando con dos protagonistas estelares para ello: Busquets y un Xavi, dijeron, lesionado. Y eso que, en el pase final, o el último remate, el Barça parece haber perdido parte de su letal precisión. Pero el equipo resolvió porqué tiene finos estilistas para ello y cuando la determinación y el talento individual sale a la luz, todo parece hasta fácil: excelente recuperación de Bojan y maravilloso control y definición de Messi en el primer gol; ejecución maestra del tiro libre de Xavi en el segundo; extraordinaria jugada individual de Bojan – en el que posiblemente sea su mejor gol como blaugrana – en el tercero. Toques de crack, momentos de luz, que embellecieron y dignificaron el trabajo serio y eficiente de todo un colectivo. La encerrona prevista en el Madrigal se transformó en fiesta culé tras los primeros cuarenta y cinco minutos de partido porqué el Barça, renacido y mentalizado, así lo quiso.

En la segunda mitad, el Vila-real, activado por un doble cambio de inicio, fue mejor equipo y pronto mostró la credencial de querer jugar con más intensidad. Era de cajón: o cambiaban de guión en busca de maquillar el resultado o el Barça, de proponérselo, les hacía otro estropicio. Y aunque el partido ni el resultado nunca peligró, sí que el Barça se dejó rastros de su identidad y seguridad por el camino porqué el Vila-real volvió a presionar y decidió mostrar algo de atrevimiento. Fue un Barça menos sólido y más perdido que no lograba controlar el partido pero que seguía manteniendo su fe irreductible en lograr la victoria. En esta fase de partido, donde el coraje y el corazón puede a la pausa y la razón, lució Puyol. El Vila-real, aun con todo su empeño, sólo pudo marcar gol tras frivolidad de Busquets en no querer lanzar una pelota fuera tras caída de un jugador local. Poco más inquietó el submarino, y el gol en contra espabiló a los blaugrana que volvieron a adueñarse de la situación matando el partido con un cuarto gol, obra de arte colectiva de Alves, Xavi y Messi, que de nuevo volvió a sonreir. El 1-4 final habla de una victoria justa, inapelable y merecida y que puede significar algo más que la suma de tres simples puntos.

Así fueron las cosas dentro del terreno de juego. Fuera de él, cabría destacar la suplencia de Ibrahimovic y el descarte de un Henry definitivamente fuera de lugar en esta plantilla. Que Bojan, gran partido el suyo, viniendo como último recurso de ataque, les haya quitado el puesto a este par en lo que dicen ser estas cuatro últimas finales, habla mucho del fracaso individual del sueco – este con matices –  y del francés – absolutamente rotundo –  en esta Liga. En la zona freak, pudo haber entuerto arbitral del tal Texeiras cuando pareció que sacaba segunda tarjeta amarilla a Busquets y permitía su substitución por Touré. Para finalizar, me gustó la piña de los suplentes celebrando cada gol del Barça. Sabían de la trascendencia del partido, acentuada por la decepción de donde se venía. Encima, El Madrigal, campo tradicionalmente hostil a los intereses del Barça, rácano para sumar puntos, propicio para que el eterno rival sacara a relucir la calculadora y anticipase cábalas festivas. Más dificultad y presión, sí, pero también más reto. Un todo o nada determinante para resolver, si las hubiera, dudas internas, recuperar confianza perdida y decidir el futuro campeón de Liga. En definitiva, prohibido fallar, como en una final. La final de esta temporada no era en el Bernabeu sino en El Madrigal. Y el Barça la ganó, como en Roma, como en Monaco, como en Abu Dhabi.

Aunque lo amagarán y lucharán los tres partidos que quedan como si no lo fueran, se saben campeones.