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Que un par de lusos no nos quiten la ilusión

La ilusión por conseguir la primera remontada en el Camp Nou de la era Guardiola, por conquistar la segunda Champoions consecutiva y por alzar el tercer trofeo internacional de la temporada, logro sin precedentes europeos (que es un gentilicio y no la Eurovisión de las flatulencias).

Y todo esto porque anoche, en un jerárquico (des)encuentro de dos culturas futbolísticas, de dos formas de entender el fútbol, el deporte, y hasta puede que la vida -y que disputaron cinco catalanes, cinco argentinos, seis brasileños, un holandés, un camerunés, un sueco, un malí, un canario, un italiano (y vaya italiano!), un serbio y un francés- fue la actuación de dos portugueses la que propició que el Barça de Guardiola, casi dos años y 115 partidos después de su triple mortal hacia arriba, perdiese por más de un gol de diferencia.

Un luso la lió con pizarra y motivación, el otro con silbato e inhibición. Se inhibió en los agarrones a Messi en la frontal (uno de los cuales acabó en el segundo gol italiano tras antirreglamentaria pantalla de Etoo a su par), en el derribo a Piqué en posición de remate y en el escandaloso gol de Milito, más en fuera de juego que el linier de detrás. No se inhibió, en cambio, en el penalti a Alves. Ahí tiró de manual. Del manual del que se sabe culpable, y huye hacia adelante. La tercera amarilla en tres días para el suplente de Maicon en la canarinha.

Luego está lo de Mourinho, que le ganó por la mano a Guardiola la primera de las dos batallas a las que está programada esta guerra de estrategas. Perdió anoche el toque frente al arrebato, el ataque ante el contraataque, la combinación ante la pe, lo preciosista contra, la precisión frente a la previsión. Messi frente a Milito. Alves ante Maicon. Xavi con Sneijder.

Demasiadas estrellas naufragando como para aspirar a algo más que un resultado casi decoroso en casa del mejor local del mundo (Mourinho no pierde un partido liguero en casa desde un Porto-Beira Mar de 2002, una odisea en campo contrario). Y aún gracias que, una vez más, el duelo del morbo entre los ‘9’ (de dorsal, cuanto menos) finalizó con otro empate a intrascendencia de Ibra y Etoo. El primero pagó cara su inactividad y la desconexión con sus compañeros, el segundo se limitó a correr como un negro para dársela a los blancos. Para jugar de nueve Mourinho prefiere a Milito.

Y no le culpo, visto el maravilloso despliegue del argentino, que vivió trepidantemente al límite del fuera de juego y, regodeándose en él, apuntilló el partido. No estuvo solo Miliki (porque así se llamaba el hermano de Gaby, no?) en el frenético despliegue interista. El brillo de los otros goleadors (Maicon con su descomunal fuerza y criterio para las escasas pero certeras subidas y Sneijder sacando a pasear su innegable clase en un partido que tiranizó en tres gestos de genio) y el oscuro trabajo de oficiales de segunda precipitaron la tormenta perfecta de un Mourinho que, no obstante, emborronó un gran día en lo personal con una temeridad que puede pagar su colectivo.

Cometió Mou el error que nunca habría cometido Ettore Messina (de quien os hablé en la previa para contextualizar la situación de anoche), al que ni se le pasó por la cabeza cabrear a Ricky y Navarro tras asaltar el Palau. Los cracks ya se cabrean solos tras dos malas actuaciones en tres días. Ocurrió en la Euroliga con la espectacular resurrección de los fabulosos exteriores del Regal y probablemente se dará también con Leon Messi en el doble desquite del Camp Nou, que pide su cuota de protagonismo en este final de temporada que pasa de histórico a histérico con vertiginosa facilidad.

Antes de acabar detengámonos en la figura de Leo Messi. La ausencia más significativa de la disposición azulgrana de anoche, Iniesta a banda, cumplió con el sostenido ejercicio de escapismo de anoche su semana más aciaga de sus años en Can Barça. Me evocó su segunda ausencia consecutiva en el devenir del partido, su nula incidencia en el juego, su errática lectura del –ojo ahí, que no es baladí- fenomenal entramado de anticipación y ayudas que preparó Mourinho, a la desaparición en combate que tuvo Maradona la segunda vez que quien firma vio por televisión un partido con la equipación amarilla Meyba (la primera fue en un Osasuna 2 – Barça 2, con terminal gol de Simonsen). Fue en Old Trafford, y del pibe apenas tuvimos noticias por el par de planos cortos que nos ofreció la televisión inglesa. El resultado al escaso ofrecimiento del pelusa fue un contundente 3-0 que dejó en nada el partidazo (2-0) con golazo incluido en la ida de Juan Carlos Pérez Rojo, el Pedro de la época.

Por suerte para el Barça, el primer waterloo de Guardiola se ha producido en la ida y en campo contrario. Detalles que no son menudencias sino evidencias sobre las que edificar una esperanza que no se sustenta sólo en el juego del equipo, ni en la jerarquía que dan tantos meses de buen fútbol y mejores trofeos. Tampoco son los dos anteriores y reconfortantes precedentes por lo que a remontar un 3-1 en Champions se refiere, no. Lo que debe alimentar la ilusión del barcelonismo es pensar que Pep querrá vendetta, el Camp Nou sangre, los jugadores justicia y, sobretodo, que dificilmente Alves, Messi e Ibra van a completar al unísono otro partido tan calamitoso en la vuelta.

Sin los dos últimos el Barça ya se pasó por la piedra a los de Mou en el encuentro de la primera fase con un solvente 2-0, resultado con el que el club más esquizofrénico de la élite europea volvería a voltear la histeria.