Desde que los clubes de fútbol se convirtieran en sociedades anónimas, y pasaran del cálido abrigo de los socios al frío e inestable control de sinuosos propietarios, ver desaparecer del gran escaparate de primera división a emblemáticas entidades ha dejado de ser novedoso para convertirse en más o menos rutinario.
De la larga lista de los que pasaron de históricos a histéricos me vienen a la memoria el Marsella de Tapie, el Atleti de Jesús Gil, la Juve de Moggi, el Parma de Tanzi o el mismo Leeds United, que tras ganar tres veces la Premier ahora debe conformarse con eliminar a gigantes en la FA Cup desde la Tercera división inglesa.
Hay muchos más, pero ninguno tuvo que luchar dos veces en veinte años por evitar el descenso apenas unos meses después de jugarse las corresondientes finales de la Copa de la UEFA en la tanda de penaltis. El Español sí.
Tanto una (Leverkusen, 1988) como otra (Glasgow, 2007) acabó significando la salida de Valverde de la entidad. Como jugador se fue al Barça, como míster huyó despavorido de la corte de Tamudo. A Ernesto tampoco hay que contarle demasiado sobre este mundo.
La tendencia del menguante mito de extraradio a hacer camas sin necesidad de tocar una sábana ha dado para no pocas leyendas urbanas y repetitivos sketchs de crackovia, pero no pasa de ser un running gag más de este vodevil de escasa comicidad en que se ha convertido el Español de Cornellà.
Ahí van algunos. Una junta de accionistas suspendida por un apagón informático (cuando el máximo accionista todavía era el primer empresario multimedia de este país). Un par de japoneses (Nishizawa y Nakumura) fichados para abrir un mercado de ojos cerrados pero paciencia límite, especialmente con las reiteradas suplencias. Un Di Biasi cambiando diagnósticos médicos y provocando la marcha de dos doctores en seis meses.
Y ahora va el multidisciplinar juez Garzón y nos imputa, por presuntos y pretorianos delitos fiscales en la venta de Sergio y la nacionalización de Maxi, a nuestro locuaz y nunca suficientemente ponderado Dani. El rey de las especias ya no conserva la calma.
Por estos hechos, y por algunos más que obviados por dejadez y temor -o sea, por Prisas y Planeta-, no me negarán que el Español parece cada vez más una casa de apuestas. De apuestas señoritas, para ser más exactos.